He estado desde el sábado en Metoro. Allí no hay posibilidad de conectarse a Internet como para subir estas impresiones. Me disculpo. Apenas pasé allí tres días enteros, pero parece que haya sido una semana o más. Qué intensidad. Y, sin embargo, me ha sabido a muy poco. Las hermanas allí me han dejado la miel en los labios, así que tendré que volver algún día a una estancia más larga.
En Metoro he descubierto dos cosas: esa aldea de la provincia de Cabo Delgado me ha puesto frente a mis propios prejuicios. Desde el hemisferio sur, a más de 12.000 km de mi visión del mundo, el mundo desarrollado, se levanta en silencio otro modo de situarse frente a la realidad pegado a la tierra y a lo trascendente.
Lo segundo que he visto allí han sido cuatro personas que viven allí completamente entregadas a las personas y comprometidas con ellos y con su vida. No es fácil explicar con palabras la impresión que da ver a media docena de niños corriendo a abrazar a la «irmã» en cada calle. La misión de Metoro no es el cielo, pero ellas ayudan a intuirlo. Dejo para mi intimidad mucho más.
Pablo M. Ibáñez
(@Blitomi)