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27 febrero, 2021
7 de marzo. III Domingo de Cuaresma: Jn 2, 13-25
7 marzo, 2021

CONSEJO 55

55. Las Maestras deben estimar las secciones que les son confiadas, pues sirviendo a las pobres sirven y honran más particularmente a Jesús.

                Un nuevo mes se abre ante los consejos y empieza la cuenta atrás de los mismos. Empezamos los últimos diez consejos para las maestras, como decía el lunes pasado. Son consejos dirigidos directamente a las personas por lo que voy a intentar estar atento. Creo que son los más importantes, creo que cuando la persona funciona, sus clases funcionan. Y también al revés, cuando la persona está llena de resentimientos y amarguras también se refleja en su vida y en su clase. La M. Cándida, como cada uno de nosotros, algo conocemos de esto. Y, como siempre, la M. Cándida apunta y vuelve a dar en la diana de nuestra propia vida.

                Sirviendo a los demás, especialmente a los más pobres, honramos más a Jesús. “Lo que hicisteis a uno de estos, a mí me lo hicisteis”. Así de sencillo y así de claro. Hay que servir a quienes nos han sido confiados, hay que quererlos y respetarlos tal como son. Por eso debemos evitar el insulto y la falsa superioridad que solo nos llevan a no encontrar el sentido de nuestra vocación de maestros.

                Ahí está el nivel alto, ahí está la llamada, pero sabemos de nuestra fragilidad al igual que sabemos de la misericordia de Dios. Él nos quiere, nos cuida, nos protege y quiere que nosotros confiemos plenamente en Él. Así lo entendió Abraham en el pasaje del sacrificio de Isaac. Y podemos decir como dijo Abraham: “Aquí me tienes” y quedarnos en ese punto. Pero Dios pide algo más, nos pide que a partir de esa respuesta hagamos lo que tenemos que hacer, y que lo hagamos confiados en Él, aunque no lo entendamos, aunque nos parezca lo más peregrino y raro que podamos ver.

                Me siento necesitado de la misericordia de Dios, porque sabiendo lo que debo hacer, algunas veces no se parece en nada a lo que hago. Pido perdón por las veces que mi hacer se ha distanciado de mi ser, de lo que creo y de lo que sé que es el buen camino. Porque si algo quiero es “caminar en la presencia de Dios”, y caminar en el país de la vida, en el país de mi vida, donde tanta falta me hace Dios. Porque si Dios no está con nosotros, muchos serán los que estén contra nosotros, pero si Dios está con nosotros, da igual los que se atrevan a estar contra nosotros. No hay miedo, hay confianza y seguridad, pase lo que pase. Y no es necesario subir al monte de la transfiguración para sentir que hay que escuchar a Jesús, aunque nos agradaría hacer tres tiendas y seguir en la paz que allí se respiró. Pero el fin no era quedarse allí, el fin es bajar llenos de Dios para vivir donde nos toca.

                Tengo que decir que la subida y llegada al monte de la transfiguración es un recorrido especial. El camino después de subir está envuelto en un clima de paz, lo que se respira en aquel lugar es maravilloso, los paisajes que se ven desde allí son bonitos, pero no son lo más especial. Lo mejor es entrar a la nave central y rezar junto al altar, junto a los mosaicos allí realizados, en ese semicírculo donde Dios abre sus brazos y te acoge como eres, te abraza como pecador y te despide como persona nueva, te acoge como hijo y te despide como hermano. Y tal como nos cuenta Marcos, “esto se les quedó grabado”.

                Y a veces me ocurre como a ese profesor que escribió en la pizarra la tabla del 9 y lo hizo todo perfecto, pero se equivocó en un número. Los alumnos comenzaron a reírse del fallo. Cuando hubo silencio les comentó que lo había hecho a propósito y les invitó a darse cuenta de que ninguno alabó las nueve operaciones bien hechas y sólo se fijaron en el error. Y les comentó que debemos valorar a las personas por sus aciertos y no estar a la expectativa de sus errores.

                Seamos de esas personas que escuchan a Dios, que ponen su vida al servicio del evangelio y continúan caminando a pesar de sus errores, porque Dios nos quiere como somos, porque Dios nos quiere como hijos.