Hemos pisado la luna; plataformas espaciales siguen surcando el espacio sideral… nuestro planeta azul se hace más pequeño: las distancias se acortan tanto que pasar un «finde» en Viena o Londres está a nuestro alcance gracias al «low cost«.
La cirugía puede hacerse a distancia. Y el láser puede enderezar la malformación del feto, diagnosticado por la ciencia médica acompañada de la técnica.
La inmediatez de la comunicación nos está desbordando… «hic et nunc» vemos cómo se desmoronan las agujas góticas de NOTRE DAME, reivindicaciones sociales, revueltas políticas, incluso guerras… en directo, allá donde sea.
Todo avance y progreso estaba ya en los orígenes. Aquella instancia del Génesis: «… llenad la tierra y sometedla; dominad en los peces del mar, en las aves del cielo…» se ha hecho camino a través de los tiempos y somos nosotros los que constatamos y disfrutamos esos exponenciales avances científicos y tecnológicos.
Y por retomar el Génesis… ¿no será que la astuta serpiente nos ha engañado una vez más?: «seréis como dioses».
Y nos lo habíamos creído.
Antes fue la «Diosa Razón».
Ahora, quizá, la “Diosa Tecno”; aunque a ésta no le dediquemos templos.
Hasta que un pangolín o un murciélago, «mutatis mutandis», porque me niego a creer que sea inducido, nos hacen palpar la vulnerabilidad y fragilidad humana.
El coronavirus nos ponen firmes a media humanidad, nos encierra en casa,
Y las Bolsas de Wall Street y aledañas empiezan a temblar.
De consecuencias sociales universales, imprevisibles.
La muerte, siempre presente, retoma hoy protagonismo social.
Y perdemos seres queridos.
No dan abasto las morgues.
No hay quien pare el contagio.
Y tenemos miedo y nos recelamos. Distancia obligada.
Palpamos nuestros límites, nuestra impotencia, nuestra ignorancia. Futuro incierto, negro.
También nuestras posibilidades de fraternidad y solidaridad, brotan y pujan enérgicamente en ayudas solventes; o en aplausos frenéticos, desde la distancia y seguridad de nuestros balcones que expresan agradecimiento a los que se rompen el bazo por combatirlo: sanitarios, transportistas, cajeras de “súper”… Y tantos ocultos anónimos que se nos olvidan pero que hacen posible nuestra subsistencia confinada.
No es solo un «gracias» obligado.
Es también necesidad de relación; porque la virtual tiene sus límites. Y somos de carne y hueso.
Y hacemos un obligado STOP vital.
Y nos cuestionamos tanto…
Son cuestiones serias de anclaje de fondo, profundo.
¿Estoy razonablemente satisfecho?
¿La raíz de mi felicidad?
¿Qué es lo prioritario en mi vida?
¿Qué huellas dejo en mi entorno humano?
¿Defraudo o se fían de mí?
¿Qué se espera de mí… rento mis talentos?
¿Merece la pena…?
¿Soy yo el volante y la energía de mi vida… o me «la viven» otros… las circunstancias… ?
¿Qué se me ha relativizado en mi vida?
¿Qué vale la pena, de verdad?
¡ENHORABUENA si el coronavirus no te ha alcanzado!
AHORA puede ser una excelente ocasión de pasar la ITV de nuestras dimensiones vitales que necesitaban quizá lubricante.
Teresa Zugazabeitia FI