CONSEJO 41
24 noviembre, 2020
CONSEJO 42
30 noviembre, 2020

¿No ardía nuestro corazón mientras nos hablaba por el camino y nos explicaba las Escrituras? (Lc 24,13-32)

Sobrecogida por lo vivido en una tarde otoñal de noviembre, dejándome iluminar por lo sentido y gustado en el paseo compartido con un joven de 18 años, de Malí, y otro de 19 de Marruecos, no puedo por menos que agradecer:

  • el don de la vista, que me posibilita mirar más allá de lo que veo en esos rostros, en esos ojos que tanto comunican;
  • el don del oído, que me regala escuchar en esas palabras, relatos de vida, en las que se entretejen el sufrimiento y una enorme capacidad de lucha, esfuerzo, superación;  
  • el don de la vocación, de la espiritualidad, que me sigue impulsando a implicarme en la construcción del Reino allá donde he sido enviada, y me regala vivir el sentido de fraternidad –tutti fratelli; todos hermanos-, como se nos indica en la última encíclica.

Aunque en el piso de jóvenes migrantes nos encontramos y convivimos varias tardes a la semana, para encontrarnos más confidencialmente decidimos quedar una tarde, pasear por las afueras, y sencillamente hablar.

Y a sus 17 años ¡qué impacto al escuchar a uno cómo vivía en su realidad africana, qué urgencia de salir de ella, qué imagen la que me enseñaba en el móvil de cómo había atravesado dos días debajo del autobús, sin bajar en ningún momento; cómo salió una vez llegado a España, sin saber ni una palabra en castellano!

Y al otro ¡cómo tuvo que trabajar para conseguir una gran cantidad de dinero y poder pasar en patera, remando, llegando al Sur de España!

Y desde el corazón agradecido por todo lo vivido ayer, conectada a estos sentimientos, hoy me resuena el relato del encuentro de Jesús con los de Emaús: iban caminando a una aldea llamada Emaús…; iban conversando entre ellos de todo lo que había sucedido. Mientras conversaban y discutían, Jesús en persona se acercó y se puso a caminar con ellos. Pero sus ojos no eran capaces de reconocerlo….

Estos jóvenes, de cultura, religión, raza distintas, ellos eran los que me posibilitaban reconocer que Dios les acompañaba, les daba la fuerza. Y yo me seguía sorprendiendo de lo fácil que hablábamos ayer de Dios, de qué manera tan sencilla y existencial, nada aprendido de memoria, sino sentido y palpado que Él –qué más da cómo le llamemos- Él,  les acompañaba y les acompaña y nos acompaña en este momento también.

GRACIAS, SEÑOR, POR CÓMO SIGUES REGALÁNDONOS SENTIR QUE NUESTRO CORAZÓN ARDE, cuando vivimos en dinámica de AMAR Y SERVIR, allí donde somos enviadas.

Pepita Soler, FI