Ha sido tradición en casa que, llegada la época de Adviento, había que preparar la corona, no olvidar ningún detalle, colocarla en un lugar visible y cuidarla durante todo el tiempo de espera.
Recuerdo que todo estaba bien guardado en una caja, preparado para dar vida de nuevo, y mamá traía las velas que se usarían ese año. Yo era pequeña y no entendía qué significaba aquel revuelo de ramas verdes y velas que habían de estar muy bien colocadas y con un gran lazo rojo que envolviera todo, a pesar de que me lo explicaban cada año. Lo que sí sabía es que era algo muy importante que cada día me hacía ir al salón de casa al llegar del colegio y me recordaba que quedaba poco para la Navidad.
Cada semana que pasaba se encendía una nueva vela y, llegada la Nochebuena, la corona presidía la mesa en que nos reuníamos a cenar toda la familia. Solo que ahora, en el centro de la misma había un gran cirio que prendía el abuelo antes del tradicional consomé. Y así fui creciendo.
No pasa un año sin que coloque en casa mi corona de Adviento. Cada año es diferente, según el rumbo que marca mi vida, pero sigue estando ahí, recordándome que, de nuevo, sin faltar a la cita, llegará la Navidad. Y ahora, que no soy tan pequeña, entiendo la importancia de esta tradición.
No faltan las ramas verdes, símbolo de vida y esperanza de todos los pueblos.
No faltan las velas, que se van iluminando con la cada vez más cercana, llegada de Cristo a nuestro corazón.
No falta el lazo rojo, que todo lo envuelve, como el amor de Dios envuelve nuestra vida.
Y, aunque falta el abuelo, no falta el gran cirio blanco y sus palabras: “Hoy nace Cristo, la Luz del mundo”.
Y hoy sé que Dios marca las tradiciones de mi vida. Y cómo me sorprende!!!!! Pues ya me estaba acompañando antes de yo buscarlo a Él. Ya me estaba escuchando, antes de yo escucharlo a Él. Ya iba iluminando el camino de mi vida, antes de yo ver la luz que había de seguir.
Y hoy sé que Dios marca las tradiciones de mi vida.
Profesora del Colegio Stella Maris
– Jesuitinas Almería