Desde mi llegada a España, hace siete años, he trabajado como interna. Unas veces, cuidando a personas mayores. Otras, cuidando a niños pequeños. Y siempre, en ambos casos, ocupándome de las tareas domésticas.
Se trata de un trabajo duro. A mis 41 años, ni siquiera tengo un domicilio propio. En estos años, he pasado mis días libres en las casas de amigos y familiares. Pero las empleadas domésticas tenemos una vista privilegiada de la sociedad: podemos asomarnos a lo más íntimo de las familias. De puertas afuera, todos somos amables. Pero, de puertas adentro, nuestros defectos quedan al aire.
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1. Deberíamos revisar el valor que concedemos a ciertas cosas
2. El afecto no puede suplirse con dinero
3. Tendemos a juzgar a la gente por su trabajo