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La misericordia se cuela en el CIE

En esta lluviosa mañana otoñal, Brígida Moreta Velayos, carmelita misionera, espera en la puerta para acceder a uno de los lugares más opacos, en todos los sentidos, de Madrid. Como hace dos veces por semana, dentro del programa de apoyo de la entidad jesuita Pueblos Unidos, que coordina a un equipo de voluntarios, dedica íntegras las tres horas permitidas a estar con los internos en el Centro de Internamiento de Extranjeros (CIE) de Aluche.

Pese a que hablamos de personas que no son delincuentes (la ausencia de documentación puede acabar o no con la expulsión del país, pero no es delito en nuestro Código Penal), son tratadas como tal en este centro de detención, parte del antiguo penal de Carabanchel, que mantiene su esencia carcelaria.

“Lo que más impacta –cuenta Moreta a Vida Nueva– es su oscuridad. Las escasas ventanas están tapadas y durante todo el día la luz es eléctrica. Solo hay una televisión, en el comedor, y las mujeres suelen estar tiradas allí todo el tiempo. Tampoco todos pueden bajar al patio todos los días. Pero lo peor son las rejas… Las rejas te dejan claro que esto es una cárcel”.

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