PERLA ESCONDIDA EN LA CARTA Nº 439
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PERLA ESCONDIDA EN LA CARTA Nº 440
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Algo que me maravilla de la gente sencilla…

Algo que me maravilla de la gente sencilla es su devoción, su facilidad para encontrarse con Dios. No necesitan grandes cosas y probablemente no se cuestionan demasiado, pero saben que Él está siempre. Si soy sincera, a veces siento un poco de envidia…

El otro día, en medio de la misa, entró un hombre a la iglesia. De mediana edad, delgado y algo desaliñado. A primera vista no parecía estar del todo bien. No prestó atención al altar ni al sacerdote; no se fijó en nadie sino que fue recorriendo los diferentes retablos laterales como quien busca a alguien, hasta que llegó a un altar lateral con una imagen de Jesús crucificado, María y Juan.

Se quedó allí, mirando directamente con ojos emocionados al Cristo y a su madre, mientras acariciaba el lampadario eléctrico y sus labios se movían en silencio. La intensidad y el dolor de su mirada me absorbió por completo, y la verdad es que dejé de prestar atención a nada más. No daba la sensación de estar rezando algo aprendido, sino de estar conversando de corazón a corazón con ellos. Allí se estaba dando un encuentro real, íntimo, un hablar entre amigos.

Supe que ese hombre comprendía de alguna manera misteriosa  la presencia de Dios en medio de su pueblo, como debió entenderlo la gente sencilla de las aldeas de Galilea en tiempos de Jesús: Dios se hace tan cercano, tan pequeño, tan parecido a nosotros, que puede comprendernos en nuestro sufrimiento.

Me conmovió la sencillez del momento que pasó desapercibido, la profundidad con que se santiguó despidiéndose antes de salir.

Me quedó resonando interiormente con alegría (ya sin envidia): “Yo te bendigo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a sabios e inteligentes, y se las has revelado a pequeños.”

Esther Sanz FI

@Faidwen33