En nuestro mundo, unas personas sufren por el comportamiento… de otras. A veces es un comportamiento egoísta, a veces costumbrista, otras simplemente ignorante, ciego, pasivo, pasota, despreocupado, interesado, omnipotente o qué sé yo. ¿Qué importa el adjetivo? El caso es que siempre hay alguien que está al final de la fila. Bien sea por méritos propios o por intención ajena.
Necesitamos un cambio radical en el comportamiento de la humanidad. Pasar del «vida para mí y los míos» al «que todos tengan vida».
Como leemos en la Laudato Si’, hace falta volver a sentir que nos necesitamos unos a otros; tomar conciencia de que tenemos un origen común, una pertenencia mutua y un futuro compartido por todos. Esta conciencia básica permitiría el desarrollo de nuevas convicciones, actitudes y formas de vida. Con los de cerca, con los de lejos y con los de lejos que se acercan.
Por eso, este cambio pasa por:
– Dejarnos afectar por los que están «al final», incluso cuando soy yo quien los pongo ahí.
– Tomar en serio los problemas reales para orientar nuestras acciones apostólicas.
– Hacer nuestras planificaciones y trabajos para eliminar los márgenes, para que nadie quede «fuera».
¿Es esto «apostolado social» o, simplemente, vivir con el sentido común que desborda en el Evangelio?
-Madrid-