La madrileña calle del Espejo, a pocos metros de la plaza de Ópera, bien podría ser la metáfora, por sinuosa, del camino que los sacerdotes del futuro tendrán que recorrer para anunciar a Jesucristo a la sociedad del siglo XXI. En esa vía escondida se esconde una bonita cafetería que lleva el nombre de una virgen mártir, santa Eulalia. Casualidades. Dentro, en el suelo, se ilumina lo que queda de la vieja muralla de Madrid, ciudad en la que viven estos cuatro seminaristas que comparten camino desde carismas diferentes. Martín Rodajo (MR), del Seminario Conciliar; Juan Alcalde (JA), del Redemptoris Mater; Michael Canzian (MC) es hermano de los Legionarios de Cristo, y Adrián de Prado (AP) va a ser sacerdote y religioso claretiano. Nos juntamos para hablar de los retos pastorales que van a tener que afrontar, y los problemas y oportunidades que les exigirán una respuesta.
¿Por qué sacerdote?
JA: Nunca había querido ser sacerdote. Jamás. En mis planes nunca entraba el ser presbítero ni la palabra seminario. Siempre he estado en la Iglesia, concretamente en una comunidad neocatecumenal. Mis padres me transmitieron la fe, pero lo de ser sacerdote era para otros, yo tenía mis propios proyectos. Llegó un momento en el que tenía todo lo que pensaba que necesitaba para ser feliz pero mi vida era un sinsentido y, en medio de esa situación, Dios me alcanzó. A partir de ahí, el Señor me ha ido llevando hasta el punto que tuve que gritar que me ayudara. Estoy ya en el cuarto año y estoy contento.
AP: En mi caso ha sido un camino largo. Mi vocación ha sido un descubrimiento paulatino marcado por el sufrimiento en la infancia y la adolescencia. Al final de esta, me encontré con los claretianos. En mi caso, la vocación más fuerte es la de religioso y luego, dentro de ese camino, he descubierto la de sacerdote.
MR: ¿Por qué Dios ha querido que sea sacerdote? Lo nuestro no es una iniciativa, sino una respuesta. En mis planes tampoco estaba el ser sacerdote, pero Dios se valió de unas personas para replantear mi vida. Y lo único que puedo hacer es responder que sí.
MC: Cuando les digo a los chicos del colegio donde estoy que antes tenía piercings, el pelo de punta y era un futbolista semiprofesional me llaman «macarra». En mi familia éramos católicos de cultura, pero no de vida, hasta que mi madre tuvo una conversión muy fuerte y nos arrastró a todos. Me comprometí a tener una relación más cercana a la Iglesia y fue un sacerdote legionario de Cristo el que me cautivó por su forma de ser. Y llegó la pregunta de por qué no ser sacerdote. Tuve que abandonar la idea por la separación de mis padres; tocaba trabajar para sacar a mi madre y a mi hermana adelante, pero la vocación seguía ahí. Dije a Dios que aceptaba, pero que él tenía que atender lo que dejaba. Un mes después mi madre encontró trabajo y, más adelante, mis padres volvieron a estar juntos