Carta nº 354 junio 1908
“… y no puede figurarse cuánto siento el no poder acceder a esta petición, por ser contraria a las costumbres de la Congregación”
Se acerca la Pascua y antes de empezar la Semana Santa, ayer oíamos la Palabra de Dios, como todos los domingos. Pero ayer saltó de forma potente un trozo del evangelio donde Jesús habla de una forma especial, no sólo por las palabras en sí, sino por el sentimiento hacía un amigo, un buen amigo. Esas palabras son:
Yo soy la resurrección y la vida: el que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá; y el que está vivo y cree en mí, no morirá para siempre.
Este trozo sería también para colgarlo en algún sitio visible de nuestra vida y así poder verlo de vez en cuando, sobre todo cuando las cosas se ponen difíciles y dudo de lo que creo, dudo de lo que siempre creí, dudo simplemente. Me quedo sobre todo con la segunda parte porque toca el presente, el hoy, lo que está en mis manos. Hoy que estoy vivo, creo a pesar de todo. Hoy que estoy vivo, confío a pesar de todo. Hoy que estoy vivo, espero a pesar de todo.
Y en el “a pesar de todo” me uno a las palabras de la M. Cándida cuando le duele no poder acceder a lo que le piden. Hasta ahí, bien. Es algo normal en nuestra vida, es normal que nos duela por dentro cuando no podemos decir sí a todo. Pero lo importante es el porqué, la razón de esa respuesta. En el caso de la M. Cándida se trata de la Congregación, en otros casos, se trata del evangelio. En definitiva, se trata de lo mismo en los dos casos. Y eso es lo importante, aunque lo sintamos, aunque nos duela y nos haga llorar.
Pero hoy me quiero quedar con las palabras de esperanza del evangelio de ayer. Creo que es un buen epitafio.
“Yo soy la resurrección y la vida (Jesús). Si estás leyendo esto y crees en mí, aunque haya cuerpos detrás de esta lápida, vivirás para siempre de una forma distinta. Y como estás leyendo estas palabras, quiero decirte que tienes en tus manos y en tu corazón creer, para no morir eternamente”
Y en este camino doy gracias por los testigos que me precedieron, por los faros, como el de la M. Cándida, que me acompañan y por la fe que me sostiene cuando los muros aparentes de la vida parece que se derrumban, cuando el fuego parece que destruye y lo que hace es unir. Porque:
“dos que arriman juntos el hombro mantienen mejor la esperanza; quien espera llegar a la meta, camina; al que le desaparece la esperanza se le quiebran las piernas. … cuando una sociedad (grupo/persona) pierde la esperanza, muere su futuro”