Carta nº 336 Julio 1907
“Un consuelo nos queda, y es que tenemos todas una intercesora más en el cielo que rogará por nosotras”
Ayer empezó un nuevo Adviento. Digo bien; nuevo Adviento, porque en cada Adviento algo nuevo se inicia, algo nuevo puede nacer, alguna esperanza nueva puede surgir y brotar de esa semilla dormida. Y en este Adviento algo nuevo brota en mi Colegio, deseos nuevos de conocer y dar a conocer lo que fue, es, y significa la figura de la M. Cándida. Creo que vamos entendiendo que se trata de vibrar y hacer vibrar. Que tu sonido llegue a otros, pero ¿qué pasa si tu no suenas? La respuesta es bastante clara, será difícil que los que te escuchan puedan sonar, puedan vibrar con lo que les cuentas o explicas. Pero si tu vibras con lo que cuentas, es muy probable que los que escuchan vibren.
Hace ya unos meses nos contaban que es preciso escuchar al Espíritu para saber por dónde caminar. Estoy de acuerdo. Sin escucha, es difícil caminar. La clave está en una vez escuchado no esperar demasiado. Sin miedo y con confianza empezar a dar pasos porque si no, nos puede pasar que nos quedamos esperando y no damos ni el primer paso. Puede que al darlo haya que retocar o rectificar, no importa; lo importante es empezar desde esa escucha del Espíritu.
Hoy la perla nos habla de esperanza, que es una de las actitudes del Adviento. Cuando alguien nos falta tengamos la seguridad que tenemos una intercesión más en el cielo, una ayuda para descubrir aquello que nos puede parecer nublado, una ayuda que nunca nos abandona y que siempre rogará por nosotros para que podamos descubrir esa luz. Es un rayo de esperanza para pensar que esto no acaba aquí, y que mientras estamos aquí debemos ser testigos de esa esperanza, como lo fue la M. Cándida para tantas personas.
Estar en vela, como nos contaba Mateo ayer, es estar atentos, con los ojos abiertos, cercanos, con Él, en sintonía. Es hacer lo que tengo que hacer cada día con la alegría del evangelio y, sobre todo, sabiendo por qué lo hacemos. En definitiva, es vivir (ikiru). Pues vivamos alegres, esperanzados. Que no nos digan que parecemos caminado como la senda de los elefantes, tristes y con la cabeza baja. No.
Ayer, además celebramos el día del maestro. Ser maestros con visión, ser maestros con profundidad, con barbecho. Doy gracias por tener tantos buenos maestros que se dejan la piel por sus alumnos, que están atentos a sus caras y saben cuándo les pasa algo. Por esos maestros de los que tanto aprendí, y, sobre todo, por el Maestro con mayúsculas del que sigo aprendiendo. ¡¡¡¡¡¡Felicidades a todos!!!!!!