«Después de varios intentos fallidos de dañar nuestra catedral latina de San Francisco, hoy por la tarde, durante una misa de las cinco, algunos grupos yihadistas han conseguido hacer blanco en la cúpula […] La explosión no ha conseguido penetrar en el edificio. Se han producido algunos instantes de verdadero pánico en los que la tierra temblaba sin parar y a nuestro alrededor solo se veía polvo, vigas y cascotes que caían sobre nosotros». Era el 25 de octubre de 2015 cuando esto sucedía en la zona oeste de la ciudad de Alepo. Lo relata el padre Ibrahim Alsabagh (Damasco, 1971) en su libro «Un instante antes del alba. Crónicas de guerra y de esperanza desde Alepo» (Ed. Encuentro). En él recoge su día a día en la parroquía franciscana durante los dos últimos años y medio, vivencias que trasladó por carta a varios de sus amigos en Italia, y que relató en varias conferencias en ese país, recopiladas ahora en este volumen. Durante el tiempo que lleva instalando allí, el padre Ibrahim ha visto arreciar los ataques entre ambos bandos –la oposición y el Ejército del régimen de Al Assad–; y también ha vivido el alto el fuego establecido el 22 de diciembre de 2016, «aunque sigue habiendo bombardeos en los alrededores», matiza el fraile franciscano durante su visita a Madrid hace unos días.
El religioso ha sido testigo de la huída de miles de personas fuera de la ciudad y del país, muchas de ellas pertenecientes a la comunidad cristiana, que antes de la guerra ascendía a 220.000 personas, pero que hoy ha quedado reducida a «35.000 fieles».
A pesar del drama de la guerra, los dos frailes que permanecen en la parroquía han compaginado los servicios religiosos con los servicios humanitarios. Además de predicador y confesor, el padre Ibrahim se ha convertido en bombero, electricista, repartidor de comida…, para una población que ha sufrido la pérdida de padres, hijos o hermanos, a lo que se suma la carencia de las necesidades más básicas: «no hay luz y el agua puede faltar hasta durante 70 días…».
La que fuera primera ciudad industrial del país –«era como la Milán de Siria», señala–, hoy apenas tiene actividad comercial. Esto ha provocado que gran parte de la población haya perdido su empleo (el paro es del 85%), lo que la impide pagar las hipotecas que los bancos no han cesado de reclamar, aunque muchos de ellos también hayan perdido sus casas…