Habilidades para los niños del futuro
18 agosto, 2017
Entrando en la verdad del corazón
19 agosto, 2017

Mostrarse

En la relación con los demás, vivimos una especie de idealización en la que nos gustaría que nos entendieran tal y como somos, y ellos nos manifestaran su intimidad. Pensamos que así habría una especie de sintonía y fraternidad que nos ayudaría a vivir con más sentido.

Esa expectativa aparece cada vez que conocemos a alguien. Hay en nosotros un ansia de intimidad que se va rompiendo conforme avanza el conocimiento de la otra persona. Suponemos que al otro le ocurre algo parecido. Cuando más roce -decimos- más desilusión.

Jesús se mostró siempre como era. Pero, ciertamente, en el pasaje de la transfiguración hace un esfuerzo por ser quien es en verdad. Y lo hace ante tres de sus discípulos; conociendo las expectativas y los rasgos de cada uno. En aquel monte dejó traslucir la luz de Dios a través de su cuerpo; de tal manera que la humanidad se llenó de luz. Y aparecieron dos testigos del pasado para ratificarlo.

Ni Santiago ni Juan dijeron “esta boca es mía”. Ni a Moisés ni a Elías se les entendieron las palabras. El único que habló fue Pedro y, lo que dijo, fue tan simple que una nube los tapó y les invitó a admirar y a escuchar. Aquellos tres habían presenciado el Misterio profundo de Jesús con sus ojos y sus oídos. Y lo más inmediato e importante era proteger el misterio de su amigo, callarse… Cuando alguien nos revela un misterio no lo vendemos para que corra de boca en boca.

Continúa leyendo el artículo de Manuel Romero en Vida Religiosa