Hace 105 años que Cándida María de Jesús FI falleció el 9 de agosto a la edad de 67 años, dejando atrás 149 Hijas de Jesús en 13 comunidades de España y Brasil, y una vida que resplandecía con un singular amor a Dios, por cuya mayor gloria y en cuyo fiel servicio había tratado de pasar toda su vida y cada instante de ella.
La primogénita de 7 hijas, Juana Josefa Cipitria y Barriola nació en una familia humilde y profundamente cristiana en Andoain, Gipuzkoa, España. Juana Josefa, aún joven, habló a sus padres de su decisión de consagrarse a Dios en la vida religiosa. Frente a las insistentes propuestas de matrimonio que le presentaban sus padres, respondió repetidamente: «Yo, sólo para Dios». Asesorada por su confesor, se trasladó a Burgos y entró en una casa como sierva doméstica.
En 1869 se fue a Valladolid con la familia que estaba sirviendo; y allí, el 2 de abril de 1869, en la Iglesia de Nuestra Señora del Rosario (mejor conocida como la iglesia del Rosarillo), antes del altar de la Sagrada Familia, comprendió claramente que tenía que fundar una nueva congregación con el nombre de «Hijas De Jesús», dedicada al provecho espiritual de las almas y educación católica de los pueblos por medio de la oración y otras obras de piedad y caridad, particularmente la educación cristiana de niños y jóvenes.
Así nació el Instituto de las Hijas de Jesús en la sencillez y pobreza, en Salamanca el 8 de diciembre de 1871, día de la Inmaculada Concepción de María, para quien la Madre Cándida tuvo un verdadero amor filial, llamándola la verdadera fundadora del instituto e invocando su protección. Como fundadora, la Madre Cándida experimentó severamente su pobreza personal (su escasa preparación intelectual, la falta de medios económicos y de ayuda material al inicio de la fundación y durante toda su vida). Pero también tuvo una profunda experiencia y conocimiento íntimo del gran e infinito amor del Padre, que nunca nos abandona. Esto le dio un profundo espíritu de fe que le permitió ver personas, acontecimientos y todo a la luz de Dios, y una firme confianza y esperanza en Sus promesas – la clase de fe que ella instó a sus propias hijas a nutrir:
«Todas las que pertenecen a esta Congregación están llamadas a ser verdaderas Hijas de Jesús. Fieles a esta vocación recibida en la Iglesia, y según la gracia con que las ayudará el Espíritu Santo, han de tener ante los ojos a Dios como Padre. Se pondrán en sus manos con total confianza, sabiendo que Él vela por sus hijos y los ama; estarán siempre dispuestas para hacer su voluntad, encontrando en ella la alegría, y para trabajar a mayor gloria divina en bien de los prójimos…” (CFI 136)
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