Sonrisa permanente, cara ruborizada, enternecedora mirada; características estas que han quedado grabadas en la imagen de una persona, que en este caso son equivalentes a ALEGRÍA, SENCILLEZ Y CERCANÍA.
Nos estamos refiriendo a Petra Hernández, nuestra querida Petra, que tan profunda huella ha dejado en una de las primeras ciudades a las que fue destinada en sus primeros años como Hija de Jesús.
Contaba 27 otoños cuando en 1996 cruzaba la puerta del Colegio Santa María y es de suponer que el color de sus mejillas iría aumentando de intensidad a medida que se movía entre tanto pabellón a la sombra de miles de palmeras, símbolo universal de la ciudad de Elche. El temor a lo desconocido, nuevos retos, gente nueva y tantas cosas más que por su mente pasarían ese día, tal vez tuvo la intención de dar media vuelta.
Pero no, permaneció ocho años en Elche, ejerciendo su labor docente desde los departamentos de Matemáticas y Religión. También desempeñó de forma excepcional la acción evangelizadora que las Hijas de Jesús le encomendaron. Durante este período la capilla del Colegio fue testigo de sus votos perpetuos, de sus promesas de continuar el carisma de la Madre Cándida.
Con el tiempo la inexperiencia se transformó en un perfecto dominio de las distintas situaciones que la vida educativa conlleva. La timidez dejó paso a una gran seguridad en las decisiones que tomaba y sin abandonar su sonrisa eterna ni su alegría desbordante.