Imagine que sale a la calle y, allá donde vaya, se le entiende, sea su barrio o cualquier parte de la ciudad: las personas comprenden lo que quiere decir. Es decir, hablan su lenguaje. Parece obvio porque cada día cualquier persona habla, dialoga o se comunica con sus amigos, con su familia o con el que tiene al lado en el metro.
Ahora imagine el silencio o, como mucho, una especie de tumulto o de ruido que apenas permite diferenciar lo que se escucha. ¿Entiende algo? Así es como se sienten miles de personas con discapacidad auditiva cuando salen a la calle: necesitan de la ayuda de los demás.
Ílias Charif es un niño sordo de 13 años con implante coclear. Cada día, acude al centro de refuerzo escolar Puente de Vallecas a hacer los deberes del cole. Es un chico con la sonrisa puesta y aunque «se integraba muy bien en clase y daba todo lo que tenía de sí, le faltaba comunicación con sus compañeros», cuenta Rocío, educadora e intérprete de Ílias en el centro.
Así que planteó la siguiente idea: que en clase de Ílias se enseñase -y aprendiese- el lenguaje de signos. Poco después de la puesta en marcha del proyecto, lo que surgió como una ayuda para Ílias se convirtió en una completa entrega por parte de sus compañeros. La comunicación estaba mejorando entre ellos y «con la lengua de signos los niños se habían integrado muchísimo en clase. Estaban todo el rato cooperando entre unos y otros», detalla Rocío.