Todos los domingos, José María hace lo mismo. Coge su cartera, mete dentro su Biblia y algunos otros revólveres. Sube al coche. Conduce hasta la cárcel de Brieva (Ávila). Entra al recinto penitenciario. Pasa las armas dentro. Y se tira tres horas entre presas yihadistas igual que antes eran de ETA o de los GRAPO, haciendo ratatatá con la palabra de Cristo.
Todos los domingos desde hace más de 50 años hace lo mismo en una prisión española, decimos, y nunca se le terminan las heridas, esas biografías que se le abren en canal y lo dejan todo perdido.
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