«Cuando llegamos a Salamanca al atardecer del 7 de diciembre el cielo era plomizo y casi grises las piedras doradas. La incomparable plaza Mayor fue el punto de encuentro (…)
Desde allí a la calle Gibraltar no es mucha distancia. Ya era de noche cuando entramos en la casa, pero como si mi alma se me hubiera iluminado por dentro, besé emocionada el suelo y las pareces desnudas de aquella cuna de piedra para un nacimiento que estaba a punto de llegar y exclamé enardecida: Aquí mi paz, aquí mi descanso para siempre«