Chubasquero y paraguas. Un día más. Llegó abril, y con él la lluvia. Menudo recibimiento a un mes que se suponía una primavera adelantada.
Camino a casa veo gente asomada a sus ventanas, taza en mano y con la mirada casi perdida. Deben ser aquellos a los que ver llover les relaja, les aporta energía.
Yo los admiro. Porque a mí nunca me ha gustado la lluvia. Cuando llueve, me asalta la tristeza. Y la pereza.
Pero, como cuando llegó enero, me propuse nuevas aventuras, al regresar a casa, con mi tristeza y mi pereza llamando a la puerta, me hice un té, cogí mi taza y me asomé a la ventana.
A experimentar nuevas sensaciones. Me sentí rara, como queriendo imitar algo que no va conmigo.
La porcelana me ardía en las manos, pero me dije: – no la sueltes….y concéntrate en perder la mirada. Ahora se supone que te relajas y te llenas de energía.
Pero ahí no pasaba nada. Solo veía paraguas y gente corriendo, a los que yo suponía tan tristes como yo.
De repente, una niña perfectamente conjuntada con gorro, chubasquero y botas de agua, comenzó a chapotear en un charco, mientras daba vueltas y sus manos se extendían palmas hacia arriba mientras miraba al cielo. Su sonrisa contagiaba a quienes pasaban por su lado.
Y, entonces, sucedió. Empecé a beber mi té mientras mi mirada se perdía y me llovía por dentro. Y sentí que esa lluvia solo es agua. Que limpia. Que purifica. Que es fuente inagotable de Amor, de un Amor con mayúsculas. Sentí que era re-bautizada a una nueva vida, feliz y eterna.
Y, el silencio de mi tristeza se volvió música. Y la niña perfectamente conjuntada con gorro, chubasquero y botas de agua bailaba con Gene Kelly bajo la lluvia.
Raquel Criado Allés