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De huellas y rastros

Mañanita tempranera, de marea baja además. Voy a estrenar playa cántabra virgen. El sol todavía muy bajo, riela el mar. Fresquito, aunque es agosto.

Me seduce pasear sola por la playa desierta.  Seis kms de playa sólo para mí. Soledad sonora arrullada por las olas que siguen empeñadas en seguir acariciando la arena que se deja alisar. Ayer, día de sol esplendido, la playa quedó abarrotada de gente que descansaba; reía y jugaba y tomaba el sol…  La arena, tan hollada por sillas y tumbonas y sombrillas y toallas, ha necesitado otra vez la caricia de las olas para dejarla límpida y tersa, desplegando sonrisas blancas de espuma fugaz a lo largo de la arena ocre.  Qué tenaces son las olas… una y otra, y otra, noche y día, sin descansar; «la mer toujours recommencée… » que decía Paul Valéry. A veces el agua, rendida ya, se remansa quieta en la arena y deviene espejo que refleja nubes blancas sobre fuerte azul y vas pisando nubes y cielo al caminar…

Pues no. No soy la primera. Me han llevado la delantera. Aunque no veo a nadie en la playa alguien me ha precedido. Huellas palmípedas de aves posaron tempranito en la arena húmeda; y más allá unas deportivas grandes de enormes zancadas acompañadas de unos pies descalzos, pequeños, que han tenido que doblar el paso para poder ir juntos. Y otros pies descalzos… y alrededor las pezuñas de un perro juguetón que no se separa. Y más allá alguien se ha paseado a caballo antes que yo; ahí han quedado las herraduras profundas, hendiendo la arena sin resistencia alguna. Sobre la arena han quedado sus huellas; y como la marea sigue bajando…ahí permanece indemne el rastro de los que han madrugado más que yo.

Ignacio me diría: «reflectir para sacar provecho». No es difícil: «buscar y hallar a Dios en todas las cosas». Ha dejado tanto rastro que su presencia riela por todas partes. Se deja hallar y encontrar a nada que miremos toda realidad. Ignacio, muy metódico, nos acompaña cautelosamente dando pasos diversos, rastreando esa presencia amorosa de Dios en la contemplación  para alcanzar amor. Y  llegamos por fin: «en todo amar y servir a su divina majestad».

Jesús, el hijo de María, rastrea de otra manera; menos metódico; más pegado a la curva de lo cotidiano: la mujer que amasa el pan y la que barre. La que está en trance de parir. Los lirios y las aves del campo. El grano de mostaza. La semilla, el trigo y la cizaña. Los niños y los  obreros de la viña y los pescadores. El tributo y los impuestos y el Cesar… El pan de cada día, el vino, el agua; el sol y la lluvia para todos…El  jornal y la siega. La pesca. Sus amigos, sus íntimos. El dolor humano y la alegría de los sencillos, los que procuran la paz.

Toda persona, todo acontecer es un destello del Padre, del Reino, de su misión. Huellas, rastro, referencia al Padre de todos q está en los cielos. Palestra para explayar lo que lleva en su corazón: mi alimento es cumplir el sueño de quien me ha enviado. Felices, dichosos…

Y pasa haciendo el bien: curando y sanando toda dolencia; alegrando el corazón de todos; anunciando la buena nueva de  nuestro Padre Dios que está en los cielos, que hace salir el sol y la lluvia para cualquiera, que nos da el pan  nuestro, cada día, para partirlo y repartirlo y compartirlo entre hermanos.

Viviendo intensamente la vida de cada día, Jesús, rastrea con facilidad las huellas de Dios.  Lleva en su corazón todas las personas, todas las cosas… y entonces le brota ese «amar a Dios en todas las cosas y a todas en Él» y expresarlo de modo tan claro que todos le entienden. Aunque sea muy profunda su enseñanza: «Yo soy la vid; vosotros los sarmientos».

Teresa Zugazabeitia