Parece que las palabras saber y sabor tienen la misma raíz latina: sapere. Para los romanos la palabra sabor se relaciona con el buen juicio. Y mucho antes, en la Escritura, la sabiduría sabe a Amor.
En el Eclesiástico, hoy leemos:
La sabiduría instruye a sus hijos, estimula a los que la comprenden. Los que la aman aman la vida, los que la buscan alcanzan el favor del Señor; los que la retienen consiguen gloria del Señor, el Señor bendecirá su morada; los que la sirven sirven al Santo, Dios ama a los que la aman. Quien me escucha juzgará rectamente, quien me hace caso habitará en mis atrios; disimulada caminaré con él, comenzaré probándolo con tentaciones; cuando su corazón se entregue a mí, volveré a él para guiarlo y revelarle mis secretos; pero, si se desvía, lo rechazaré y lo encerraré en la prisión; si se aparte de mí, lo arrojaré y lo entregaré a la ruina.
Los que aman la sabiduría, los que aman saborear la vida, aman la vida…
Los que buscan la sabiduría, los que buscan saborear la vida, alcanzan el favor de Dios…
¿Y qué es saber la vida, qué es saborearla?
¿Será algo parecido a disfrutar cada momento, cada situación, tal y como viene, sin pretender cambiar su sabor, sino simplemente degustarlo?
¿Será algo similar a sentir y gustar internamente?
¿Será algo semejante a bucear en la profundidad de la vida para amarla con sus luces y sus sombras, con sus dulzuras y sus amarguras, con sus gustos y disgustos?
La sabiduría instruye a sus hijos, estimula a los que la comprenden. Instrúyenos, sabiduría, danos tu saber, danos tu sabor…
¿Gustas?
Beatriz Neff