Tratar a los alumnos con cariño y dulzura es hablar de educación emocional en el año 1911. La Madre Cándida sabe de personas, sabe de cómo hay que tratar a los alumnos y así se lo dice a una joven religiosa destinada a un colegio. No hay mejor consejo para sentar las bases de cómo realizar el trabajo para el que ha sido enviada. Se trata de enseñar bien, y para ello hay que tener siempre presente a la persona en su total realidad, porque no hay personas iguales.
Hay que enseñar bien, en cada época con las herramientas que hay en ese momento. Hay que ser el mejor profesional que se pueda ser, abierto a aprender siempre. Pero sobre todo hay que ser el mejor maestro que se pueda ser, y para ello, por mucho que lo evitemos, si no tenemos en cuenta que es necesario el cariño y la dulzura en el trato con esos alumnos, creo que no tenemos nada que hacer. Y lo comparto desde la doble perspectiva de mi vida, como la de tantas otras personas. Los maestros que recuerdo, simplemente les recuerdo de una forma especial porque fueron aquellos con los que me sentí tratado con cariño, respeto y, como dice la Madre Cándida, con dulzura. Y el otro ángulo es el de los comentarios de los alumnos que has tenido. El cariño con el que recuerdan anécdotas y las palabras de agradecimiento a lo largo de tantos años son buena muestra que, por lo menos, alguna vez, lo hicimos bien.
Ese es el reto de un buen maestro: ser buena persona que quiere a sus alumnos y los trata como se merecen ser tratados, como lo más importante. Por eso esta profesión no es para todos, no es para los que se suben a la tarima y desde ahí se sienten tan superiores que hasta se refleja en el trato. Estos olvidan que en otras muchas facetas del conocimiento son grandes analfabetos y con esta forma de ser y tratar sólo están diciendo a voz en grito las carencias que como persona tienen. También están aquellos maestros que saben bajar y bajarse y que son capaces de escuchar aún sabiendo mucho más del asunto que están escuchando. Eso es cariño y dulzura, que no excluye alguna reprimenda necesaria o alguna corrección o idea nueva que le pueda ayudar a reconocer que se puede hacer mejor. Cuando hablo de aquellos maestros que tuve también recuerdo algún castigo o alguna corrección. Por supuesto. Pero lo que recuerdo y lo que, ahora lo veo con más claridad, es la forma, el cariño, no exento de firmeza.
Porque como dice Lucas en el evangelio de ayer: “con la medida con que midiereis, se os medirá”. Utilicemos la medida del cariño y seguro que recibiremos cariño cuando nos tengan que corregir.
Seamos personas que intentan enseñar bien, pero sobre todo seamos personas que tratan con cariño y dulzura a los alumnos. Y si alguna vez no podemos frenar y después nos damos cuenta, no dudemos en pedir perdón y aclarar lo que pretendíamos.
Antonio Grau
Murcia