Dios siempre pide lo que podemos dar y nos lo pide como invitación. La Madre Cándida así entendía este asunto y así pidió ayuda para la nueva Fundación de Brasil, y lo dice con sus palabras “sin que les sea gravoso”, sin que suponga más de lo que puedan aportar. Ella sabía que, con un poco de cada uno, dentro de sus posibilidades, podrían ayudar a esa nueva Fundación. Esa es la letra del evangelio y ese es el espíritu del evangelio: somos familia, somos hermanos y somos hijos, y como tales debemos ser unos para con los otros.
Cuando uno se siente familia y en familia, es cuando es capaz de darse sin medida, es capaz de entregarse tal como es, incluso sabiendo que eso le pueda suponer algún pequeño disgusto, tal como ocurre en las familias biológicas. No pasa nada por esto. Lo realmente grave es lo que podemos hacer después de que esto ocurra. Y eso sí que depende de nosotros. Ayer escuchamos a Juan contarnos el relato de la mujer sorprendida en adulterio y ante este hecho Jesús actúa. Este relato habla de perdón y habla de perdón desde donde cada uno está situado o desde donde cada uno quiere situarse. Los escribas y fariseos se sitúan en la pura ley, en lo escrito, en lo justo, según ellos. No miran más allá, no les importa nada más que apedrear con la boca y con las piedras. Jesús les responde con reflexión, con invitación, con libertad. Ahora nos colocamos en el lugar de la mujer y descubro a una persona hundida a la que Jesús escucha, mira y le da una nueva oportunidad para vivir, y esa nueva oportunidad nace de una no condena y de una invitación a no pecar más, a cambiar de vida, a vivir, porque lo anterior no era vida. Y en esta oportunidad la mujer descubre que además de la justicia está la misericordia de Dios. Y por supuesto me acerco al Jesús que nos conoce por dentro, al Jesús que busca que la persona viva y disfrute de la vida. Ese es el Jesús que no condena, sino que da nuevas oportunidades, tanto a los escribas y fariseos, como a la mujer. Ese Jesús que casi en silencio, habla de misericordia y nos pide que no volvamos a “morir”.
Hoy quiero recordar a una amiga que el lunes pasado se encontró con el abrazo del Padre, con la misericordia de Dios. Querida Carmen Simón, sólo me brotan palabras de agradecimiento por tanto recibido, por tu generosidad, por tu cercanía, porque siempre has estado al otro lado del teléfono, por tu ayuda en el prólogo de los libros de la Perlas, que precisamente llevan fecha de ese 2 de abril de 2018. Gracias por tu ayuda para ampliar mis conocimientos sobre la Madre Cándida y descubrir siempre cosas nuevas. Hoy, ya desde el cielo, te pido que nos cuides, que protejas a esta Familia, que guíes sus pasos por la senda del evangelio y nos ayudes a comprender lo que la vida nos va ofreciendo. Sé que me faltan muchas cosas por decir, pero me quedo con la historia de aquel fraile anciano que cuando ya no podía rezar, sólo decía los nombres. Un día un joven fraile le preguntó por qué rezaba así y él le contestó que le presentaba a Dios los nombres y Dios ya sabía lo que le pedía para cada uno.
Hoy me despido con un nombre: Carmen Simón.
Antonio Grau
Murcia