«…todas las cosas en su corazón»
Hace unos años estuve en «la otra parte del Jordán».
Sigue siendo tierra bíblica: Amán, Petra… con sus laberintos hasta llegar a la fachada
rosácea de templo de aquellos nabateos que surcaban el desierto con sus sedas.
Me hice amiga de dos chicas jordanas. Nashija: de unos 15 años.
Ojos profundamente negros, tez morena que hacía más blanca la sonrisa de sus dientes. Su pobre Inglés no daba mucho de sí: how much? one, two, three… para contar los dólares que recibían ofreciendo unas preciosas piedras locales, veteadas en blanco, rosáceo y granate.
Los dos dólares que les dí me consiguieron una foto con ellas; era lo que yo intentaba.
Porque MARÍA DE NAZARET tendría mucho del físico de Nashija: rasgos de raza.
El Jordán no era frontera política.
MARÍA de NAZARET en el umbral ya de ser mujer, tiene ya un perfil muy definido.
Físicamente, pertenece a la etnia de Nashija.
Pero son los rasgos que nos presenta el evangelio, los que pretendemos contemplar
para poder vislumbrar la mujer madre que educó a Jesús.
MARIA, madre de aquel bebé, de aquel niño que nutre, cuida y educa.
MARÍA, que guarda todas las cosas meditándolas en su corazón, es una mujer de
gran hondura interior: se estremece ante el saludo… no temas!
Pero se mantiene serena: discurre y sabe escuchar. Ha entendido el mensaje.
Resuelta, dialoga con su Dios:… ¿cómo ha de ser esto?
Ella sabe lo que es «el poder y la sombra del Altísimo», como la nube que guió a su
pueblo Israel, en el desierto.
Y se abandona disponible y feliz en su palabra: «Hágase en mí» .
Servicial, ágil, con prontitud, se pone en camino hacia Ain Karin. Isabel es mayor, y
está ya de seis meses.
Alegría de las dos mujeres que desborda al palpar el MISTERIO.
Feliz porque has creído se cumplirán las promesas.
Alegre, feliz y confiada, María proclama la grandeza del Señor y su espíritu se
regocija en Dios su salvador. En su cántico se desgrana su sentir hondo de su Dios.
Muy enraizada en su pueblo, Israel, hasta llegar a aquel arameo errante de Ur de
Caldea, Abraham, padre de los creyentes.
Discreta. Permanece mientras es necesaria: unos tres meses, y se volvió a su casa.
De su vuelta y llegada a Nazaret nada nos cuenta el evangelio.
Todo no está escrito en el evangelio. Juan ya nos advierte «otras muchas señales que
no están escritas en este libro…»
Es razonable conjeturar.
Han pasado tres meses y su estado de gestación empieza a notarse.
Mateo sólo nos cuenta las dudas de José y cómo se solventaron.
Pero podemos aventurar cómo María hablaría con José… Y le daría señales de la
acción de Dios: Isabel, estéril, de avanzada edad… Zacarías que pierde el habla y la
recobra portentosamente…
Cómo sufre José; porque la quiere de verdad. ¡No puede ser!
Ha estado tres meses allá lejos, en la montaña: Ain Karim… rumia José.
María percibe la duda y desconfianza de José; quizá hasta el gesto adusto también.
Ella sufre también, porque le quiere; pero no tiene otros argumentos.
Solo la fe y confianza en la fuerza del Altísimo la sostienen.
Un futuro incierto, negro para los dos.
Y José, prefiere cargar con la irresponsabilidad de dejarla.
Hasta que se hace presente la bondad de Dios y reconforta al justo José que acepta
confiado y feliz la paternidad y custodia del niño que va a nacer.
Misterio de ENCARNACIÓN del HIJO de DIOS, en nuestra naturaleza humana, quicio
de nuestra fe.
María, mujer fuerte. Otra vez se pone en camino; esta vez en avanzado estado de
gestación. Acompaña a José, de la estirpe de David, por el censo de Cirino.
Situación desconocida, viaje cuesta arriba, incertidumbre…ya otean Belén. No hay sitio
para ellos. No les reciben… Se guarecen como pueden en aquella cueva los dos…
Y dio a luz a su hijo primogénito, lo envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre…
Y los pastores, y el cántico de los ángeles, y los sabios que llegan de Oriente…
María, por su parte, guardaba todas estas cosas, y las meditaba en su corazón.
Otra vez en viaje; arriesgado esta vez. País desconocido: Egipto.
Hay que atravesar la península arábiga.
Con bebé en brazos; en huída, porque la vida del niño está amenazada.
Emigrada forzosamente hacia lo inseguro e incierto.
Cómo sería la vida de esta joven pareja y su bebé en Egipto? Fácil no. Extranjeros.
Por fin de vuelta; en su casita de Nazaret.
María, hacendosa, amasa el pan; y el niño ve cómo pone la levadura para que
fermente; hay que esperar. Y cómo su madre hace la comida y barre la casa.
Y cómo cose. Remienda y pone una pieza usada en aquella túnica de niño que se ha
estropeado de tanto jugar. Y el vino nuevo en odres nuevos…
De esos quehaceres de María hablará Jesús en sus parábolas.
Trabajo también; empieza ya a ayudar José.
José empieza a recitarle la Shemá…
Y María le habla de la historia del pueblo de Israel, y recita los salmos que le hablan de
la bondad y misericordia de Dios. Como su madre Ana le había enseñado.
«Él niño crecía y se fortalecía llenándose de sabiduría; la gracia de Dios estaba con él”.
Ya empieza a ir a la sinagoga con su padre, los shabats, Y aprende rápido.
A los 12 años, por Pascua, lo llevan a Jerusalén para cumplir la Torá
«Qué alegría cuando me dijeron: vamos a la casa del Señor. Ya están pisando
nuestros pies, tus umbrales Jerusalén!»
Para Jeshoua, ha sido el viaje de su vida. Porque de Egipto… ya no se acuerda.
Gente nueva en la caravana, noches al raso.
El templo le ha impresionado. La ciudad santa también.
Ha conocido parientes de la estirpe de David…
Cumplida la Pascua, otra vez la caravana de vuelta a Nazaret. Una jornada de camino.
Al atardecer María y José se percatan que el niño no está! ni con José, ni con María.
Tan confiados uno en el otro que estaba en la caravana. Cómo ha podido ser?
Preguntas sin respuesta, nadie lo ha visto en todo el día. Sobresaltos, recorridos,
zozobra, congoja, angustia, llanto de María…
Retornan a Jerusalén los dos solos, preguntando a cualquiera, mirando por todos los
caminos… Tres días de angustia total.
Por fin. En el Templo. Entre doctores…¡su hijo!
María lo estrecha en un abrazo largo.
Inmensa es la alegría del encuentro; no va impedirle poner las cosa en su sitio.
Era el primer viaje. Han pretendido que el niño se socialice más allá del recinto rural de
Nazaret. Un ensayo de autonomía y libertad… Que no parece haber resultado.
Es María la que se adelanta firme y serena y en un suave quejido habla con su hijo en
diálogo educativo; va directa a la causa:«Hijo,¿por qué nos has hecho esto? «.
Sin reproches estériles, encauza su reflexión para que el niño caiga en la cuenta.
Haciéndole ver las consecuencias: » Mira, tu padre y yo, angustiados, te andábamos
buscando».
Quiere hacerle sentir la congoja que han pasado al perderlo; la preocupación, el
desvelo, lo que supone él para ellos, porque ¡le quieren tanto!
María, intuición y ternura maternal, pretende llegar hasta el sentimiento del niño.
Supera las oportunas razones hasta llegar a la dimensión emotiva.
Le da la oportunidad de explicarse… de dar razones… Y ¿por qué me buscabais?
¿No sabíais que yo debía estar en las cosas de mi Padre?
No comprenden, no pueden alcanzar. Sólo merodean el MISTERIO de su hijo.
«Bajó con ellos y vino a Nazaret, y vivía sujeto a ellos.
Su madre conservaba cuidadosamente todas las cosas en su corazón».
Mª Teresa Zugazabeitia, FI