Crash… crash… crash… subo al monte por un estrecho camino realizado simplemente al andar. Ya lo decía Machado.
Los árboles amarillean ya en tonos naranja o rojizo, y van dejando caer sus hojas, planeando lentamente, abocadas a un dulce morir: sin necesidad de decretos eutanásicos.
Algunas, resecadas y tostadas por el sol se han acurrucado en sí mismas, como un bucle, y son las que hacen crash… crash al hollarlas yo con mi caminar. Otras acaban de desprenderse del árbol.
Se resisten a perder su vigor. Y lucen sus mejores colores otoñales: ocres rojizos alternan tonos amarillos con algún borde marrón, muerto ya; o con un verde, todavía joven, que se debate y pugna por sobrevivir.
Adornadas a veces de gotas de rocío, brillan los mejores diamantes tallados, en complicidad con el rayo de sol que las acaricia. Fulguran orgullosas y complacidas en ésa su postrera pasarela, desplegando toda su efímera belleza.
Una fiesta contemplar las hojas desprendidas y caídas ya, o arrancadas prematuramente por ese bochornoso viento sur otoñal, o violentadas quizá por una lluvia torrencial.
No me extraña que alguien compusiera aquella melodía íntima y serena «LAS HOJAS MUERTAS» que relaja y pacífica el espíritu al escucharla.
Pero… aún caídas, les gusta y se dejan acariciar por ese viento que las levanta a veces y las endereza y yergue en danza vertiginosa, y bailan y bailan… en remolino vorágine; ya no pesan. Ingrávidas, sobre el suelo, querrían arrimarse y quedarse en aquel árbol que las nutrió y sostuvo…
Pero, vuelven a caer al camino; y seguirán su ciclo. Se amalgamarán con la madre tierra, pachamama para los pueblos andinos, y harán posibles otras vidas que brotarán en primavera.
«… si el grano trigo no muere queda infecundo…» qué sabiduría la de JESÚS!
Ignacio, el de Loyola y el Cardoner, nos sigue diciendo: «reflectir… para sacar provecho».
Una mirada otoñal…
También de las hojas caídas, muertas!
Favorecerán aún nueva vida.
Teresa Zugazabeitia F. I.
otoño 2019