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MARÍA DE NAZARET XI

María está preocupada.
Se cuestiona aquello que pasó en la sinagoga de Nazaret, cuando, incluso, intentaron despeñar a Jesús… Sigue lacerando su corazón de madre.

Y, aunque dicen maravillas de su mensaje del Reino de Dios y cómo hace el bien por donde pasa, curando y sanando toda dolencia. Es verdad también, que su mensaje empieza a molestar al status religioso establecido. Además, cura en sábado.

La gente sencilla cree que un gran profeta ha surgido en el pueblo de Israel. Que Dios está con ellos porque nadie ha hablado como Él. Ni nadie ha realizado los signos que Él hace: cura toda enfermedad, amaina el viento y el mar, con cinco panes y dos peces ha saciado a la muchedumbre que le seguía… Hasta ha resucitado a la hija de Jairo, al muchacho de Naim y a su amigo Lázaro. Además, siempre compasivo, perdona los pecados…

Y todo esto tiene relación con su mensaje, con su persona. Dice ser «enviado» por su Padre Dios… «para que tengan vida y vida en abundancia» . Si no creen en Él, les remite a constatar las «obras» que Él hace. «Signos», los llama el evangelista Juan.

Clarísimo cuando cura aquel paralítico, perdonándole los pecados, uniendo al signo externo de la curación. Y se indignan los escribas, porque, perdonar los pecados, solo Dios lo puede hacer. Pero Él, al hecho interno de perdonar, vincula la curación externa de aquel hombre, paralítico, sin poderse mover… y que cogió su camilla al hombro y se fue a su casa.

Y ha llegado a decir: «Si no me creéis a mí, creed a mis obras. Ellas dan testimonio de mí»

La gente está muy sorprendida. Y lo refieren todo a su Dios. Creen en Jeshouá. Aceptan felices que aquel galileo es un profeta, enviado de Dios.

También entre la gente letrada hay algunos que empiezan a considerarlo: José de Arimatea y Nicodemo, este último, de noche. Le estima y cree en Él, pero quizá teme las consecuencias que puede acarrearle si se enteran los escribas y fariseos.

Porque el estamento religioso no lo admite. Al contrario. Se está ganando enemigos. Animadversión densa, a veces. Y hasta declarada oposición.

Porque, para Jesús, la persona es más importante que guardar el sábado. Y cura siendo sábado. Todo un escándalo.

Se perfila como gran profeta, la gente sencilla le sigue hasta atosigarle…

Precisamente, esta aclamación popular es la que preocupa a los escribas y fariseos, a quienes fustiga su hipocresía con valentía y sin compasión… Les ha llamado: serpientes, sepulcros blanqueados y raza de víboras… En un intento de denunciar y dinamitar esa falsa religiosidad estribada ya solo en ritos externos que honra con los labios, pero el corazón está lejos, como ya decía Isaías.

Quiere volver al culto verdadero: en espíritu y en verdad. Y denuncia esa falsa religiosidad de la que se sirven para atenazar al pueblo. No soporta la hipocresía de los gerifaltes. Y estos no se lo perdonan.

Es una amenaza para sus posiciones conquistadas. Primero ataques personales: no guarda el sábado, amigo de publicanos y pecadores, comilón y borracho, loco… Hasta alguno de los suyos piensa que está fuera de sí…

María conoce a su hijo. No duda de Él. Pero repercute en su corazón esa animadversión que se va densificando en el sector, precisamente, de los que ostentan la autoridad religiosa.

Y le preocupa. Y le sigue en sus correrías. Y quiere verle. Y Jesús está ocupado en su misión. Y le pasan el recado…

No. Todo no es animadversión y oposición. La gente sencilla sigue escuchándole y admira su referencia a Dios; reconoce las curaciones como signos de que es «el Enviado». Están convencidos de que «un gran profeta ha surgido entre nosotros».

Una mujer de pueblo, enardecida, grita y prorrumpe en su alabanza: «¡Bendito el vientre que te llevó y los pechos que te criaron…!»

María, su madre, junto con otras mujeres, siguen de cerca a Jesús… Discretamente. En su puesto. Sin interferir. Ayudando siempre.

El evangelio retiene sus nombres: María, la de Magdala. Marta y María, hermanas de su amigo Lázaro. Susana y Juana, mujer de Cusa, lugarteniente de Herodes. Valientes y discretas, allí, donde deben estar. En actitud de servicio callado. Sin cuotas de protagonismo.

Las mujeres quedan muy bien en el evangelio, aunque algunas tengan un pasado muy oscuro… Ellas le han escuchado, le han creído, le han amado mucho… Y Jesús sale por ellas. Hasta afirmar: «Las rameras irán por delante de vosotros en el Reino de los Cielos». Los escribas y fariseos entienden que va por ellos. Los pone en evidencia. Y se enfurecen contra Él.

María, ya sin José, no tiene otra razón de ser que su hijo Jesús. Ha guardado tantas cosas en su corazón… Tal vez sin entenderlas. Pero siempre confiada en Dios su Salvador, que sigue haciendo proezas con su brazo. Está muy presente en la vida y misión de Jesús, que va anunciando el Reino de Dios y curando y sanando toda dolencia, allá por donde pasa.

La veremos en pos de Jesús, también en Jerusalén, en la Pascua.
La persecución hostil, se cierne ya sobre su hijo, Jesús.
Allí estará María, su madre.

Teresa Zugazabeitia FI