MARÍA DE NAZARETH III
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MARÍA DE NAZARET IV

Han pasado ya varios días desde que naciera el niño.
Y han hecho amistad con aquellos pastores que vinieron de noche; los que oyeron aquellos cantos de alegría y paz.

Ya se fueron también aquellos sabios de Oriente que, después de adorar a su hijo, les dejaron unos enigmáticos regalos.

MARÍA, madre primeriza,
ya va habituándose a su hijo.
Lo mira y remira embelesada.
Y su espíritu goza y se alegra tanto…

El niño, «como uno de tantos» , también feliz, se va acostumbrando a su madre; mecido y estrechado contra su pecho, entre sus brazos.

José, también embelesado, lo arrulla con ese vozarrón tan suyo, que tanta seguridad da a María.
No pierde oportunidad por adecentar y mejorar el establo que les alberga.
Es que José, carpintero donde los haya, ha conseguido, entre troncos y heno, lograr un cobijo decente, donde están guarecidos y a gusto.

Y en gran intimidad, ¡LOS TRES!

El misterio es tan denso… como que se van acostumbrando a ese bendito establo.
Pueden contemplar mejor y más profundo la proeza del Señor, que ha mirado la pequeñez de María y José, y les ha confiado la ENCARNACION del VERBO de DIOS.

José ayuda también a sus amigos, los pastores, que valoran su destreza y trabajo. Varias chabolas han quedado como nuevas.
Además las mujeres de los pastores se han prodigado: leche, pan tierno, miel, queso… Hasta la frugal comida de sus hogares la comparten con esta joven pareja de Nazaret y ese niño, que les roba el corazón. Le han traído también ropitas de sus hijos, que le vienen tan bien a María para poder cambiarle.
Hasta una pequeña pelliza de pastor…
¿Será del BUEN PASTOR?

Además, estando tan cerca de Jerusalén, han ido al Templo para cumplir la ley mosaica.
El niño ya está circuncidado y le han puesto el nombre: JESÚS, «Dios salva».

Y otra vez han escuchado del niño cosas sorprendentes: Simeón y Ana se hacen lenguas de su hijo.
Parece que le estaban esperando… ansiaban ver la consolación de Israel.
Lo han visto; y pueden irse ya, en paz.

Al final todo ha salido bien.
Y están pensando ya en retornar a Nazaret. A su casita; junto a los abuelos Ana y Joaquín.

Pero, otra vez José, preocupadísimo, viene a alterar la paz de María.
¡Otra vez con sus sueños!
Y está vez, no son risueños.
Que tienen que salir aprisa, huyendo… pero lejos, muy lejos…
Es que Herodes, burlado por aquellos sabios, que se fueron por otro camino para no delatar al niño, Herodes, ha consultado y se ha enterado que la profecía de Miqueas dice que el Mesías debe nacer en Belén de Judá.
Teme que este pueblo, tan religioso y fanático, con el tiempo, lo nombre rey y lo destrone a él.
Ha montado en cólera; y manda matar a todo niño de dos años para abajo…

José pregunta cautelosamente a algún pariente a dónde podrían escapar y huir…
Egipto es lo más seguro.

No era la primera vez que los hebreos migraban a Egipto. La tradición bíblica les habla de José, el hijo querido de Jacob, la hambruna que les hizo allegarse a Egipto para buscar provisiones, cómo se hicieron un pueblo fuerte en Egipto, pero que permaneció fiel al Dios de sus padres, cómo retornaron a la tierra prometida guiados por Moisés, en aquel éxodo de cuarenta años, palpando las proezas del Dios de Israel, el pueblo de la Alianza.
Todo eso piensa María, recogiendo lo imprescindible, mientras José enjaeza el asnillo.

De noche, se ponen en camino, entre dudas y sobresaltos.
Con el miedo y la congoja de ser descubiertos…
María, estrechando al Niño contra su pecho, sabe de la grandeza de su Dios…y sigue allanando dificultades.
José la ayuda a asentarse en el asnillo, el que les había traído desde Nazareth; con el bebé arrebujado en su manto, cubierto de besos y arrumacos.
Indagan y preguntan la ruta para Egipto. Se ponen en camino. De noche
Atraviesan el norte de la península arábiga.
Cansancio. Noches al raso. Miedo. Incertidumbre. Penuria. Hambre quizá.

Bastantes jornadas, alternando con alguna caravana, en caminos comunes, hasta llegar por fin, a Egipto.

Pero no las tienen todas consigo. Ellos no dejan de ser hebreos.

Y en la memoria colectiva egipcia, quizá, ronden todavía las siete plagas, el paso del Mar Rojo, donde su Dios desbarató el poder del Faraón para liberarlos, a ellos, el pueblo de la Alianza, el pueblo de Israel…

Al llegar, esos nubarrones se disipan pronto.
Se hacen querer enseguida del pueblo sencillo, aun sin entender su lengua, ni sus costumbres, ni su escritura.

María irradia alegría y paz, pronto encuentran acogida. Pendiente siempre de su pequeño, se relaciona fácil con las mujeres egipcias y sus pequeños.

Por otra parte José es muy bueno en la madera. Encuentra trabajo sin dificultad y pronto pueden llevar una vida digna y sencilla.

El niño ya casi anda y empieza a balbucear: «¡abba!, ¡abba!, ¡abba!», dirigiéndose a José, tendiendo sus bracitos, cuando vacilan sus pasitos y cree que va a caerse…

Otra vez los sueños guían a José.
Pueden volver a su Galilea, a su casita de Nazareth.

Esta vez el retorno es grato y sin sobresaltos.
Han podido planear el viaje, adherirse a caravanas diversas, hasta llegar por fin a su añorado Nazareth.
Con qué alegría se encuentran con Joaquín y Ana.
Por fin conocen al Niño. Ellos también esperaban la consolación de Israel.

Teresa Zugazabeitia FI