Cuando el sol ha empezado a bajar he salido a la terraza, libro en mano, buscando vista y brisa de mar. Sin dejar de admirar este maravilloso suelo y cielo que contemplo.
Agosto, tiempo off, libre de quehaceres…. Me dejo; estar, no más.
Tendida en una hamaca, es más fácil mirar para arriba; dejo el mar y miro al cielo, muy azul. Casi cobalto, el ocaso avanza ya.
Unas nubes juegan y retozan mecidas por brisas y vientos tenues de nordeste. Indolentes, como yo. A veces esas nubes, se enfrentan al sol y le hacen desaparecer y se esconde. Otras veces es el sol, aunque débil ya, el que sale por sus fueros y las pinta de naranja, amarillo o blanco luminoso: espectacular y fugaz colorido de fuego; como brochazos impresionistas de Monet.
Otras nubes… ralas, blanquecinas; despistadas, desgajadas, como guedejas de algodón, se deslizan en tules de ballet acompasado, haciéndose y deshaciéndose sobre la alfombra azul.
Y las de más allá, macizos nubarrones grises; amenazan lluvia… Porque, claro, no son más que vapor de agua, que al cambiar de densidad desafían la ley inexorable de gravedad y, libres, suben y suben y suben… Pero bajarán. Bajarán mansamente en shiri~miri, o en goterones turbulentos y recios de tormentas de verano y galernas…
Y limpiarán, y arrastrarán toda suciedad; y besarán la tierra, sedienta siempre, en sus profundas raíces; que no se ven, pero que sustentan y nutren y nos darán frutos gracias a la «hermana agua» caída del cielo. Y la beberemos también.
Qué placer y que bienestar: un buen trago de agua fresca que apacigua nuestra sed en este caluroso estío. Y ya, será parte de nuestro ser.
Los entendidos nos confirman el porcentaje de agua que somos. Y esa agua, complejo vital que somos materia y espíritu, «vivirá», en nosotros. También en nuestras alegrías, y anhelos y temores y esperanzas… Y será pensamiento y razón; y decisión y duda; y sentimiento; y fuerza motriz… y energía vital!
«Loado seas, mi Señor, por la hermana agua, la cual es muy útil, y humilde y preciosa y casta»
El libro ha quedado arrumbado.
Ha merecido la pena contemplar y jugar con las nubes en este ocaso agosteño, frente al mar, pero mirando al cielo.
Teresa Zugazabeitia fi