Hay muchas maneras de vivir una experiencia. Está el que se deja llevar, el que la vive analíticamente, el que la disfruta, el que la espiritualiza… no son incompatibles entre sí, así que lo mejor es vivirlas todas. Siempre desde la ignorancia, tratando de tirar barreras. Intentando empaparme. Y siempre agradeciendo.
25 días junto a las hermanas de Mozambique dan para poco. Resulta que en Metoro cuanto más tiempo pasas, más tiempo necesitas. Es una correlación extraña que te hace consciente de muchas cosas. Uno se da cuenta de lo poco útil que resulta un paracaidista en medio del océano. Es decir, que uno va a aprender; no a “ayudar”.
También uno se siente que hay lugares donde Dios es más Dios, si se me permite. O, más concretamente, donde Dios grita más fuerte. Un Dios que se muestra débil o frágil en los niños, en los enfermos o en las construcciones de barro. Pero también un Dios alegre, musical, bailable en las celebraciones. Un Dios amable, tierno y combativo, en las Hijas de Jesús que allí batallan junto a otros muchos. Un Dios que se muestra con rostros que en España parece que se esconden tras letreros luminosos, pero que son el mismo Dios que pide limosna a la puerta de la parroquia; que juega en un parque; el Dios del anciano que vive en soledad en medio de Madrid. Dios siempre es y está, solo que hay que buscarlo.
En cualquier caso, de 25 días viviendo entre verdaderas referentes, solo se me ocurre una manera de expresar lo que me llevo. Y, como es habitual, ya hay quien lo ha expresado mejor que yo:
«Al final del camino me preguntarán:
“¿Has vivido? ¿Has amado?”
Y yo, sin decir nada,
presentaré el corazón lleno de nombres»
(Pedro Casaldáliga)
Pablo M. Ibáñez
@Blitomi