¡Me seduce; me subyuga el mar! No me extraña que un buen amigo de las Jesuitinas, un jesuita gallego, años ha, nos comentaba en fraterna confidencia: «a mí, el mar me curó» . Había pasado alguna mala racha de ésas que trae la vida… y él sólo, frente al mar, su costa gallega, fue la mejor terapia que reanimó su espíritu.
El mar… ¿o la mar? Los italianos: «il mare». Los franceses: «la mer». En latin era neutro; las lenguas romances pasaron del género neutro. En español nos quedamos con «el mar» y «la mar». Ambiguo decimos hoy. Sin mucha incursión semántica…pero que tienen sus matices estas dos versiones.
Un apartamento con vistas «al mar…» evoca publicidad, turismo, cruceros, yates, descanso, playas, baño, tomar el sol, balandros a vela, surfistas, deportes náuticos; hasta resuenan románticas melodías: «mirando al mar soñé que estabas junto a mí…»
Para disfrutar «del mar» no tienes más que descalzarte y dejarte acariciar por las olas que se rinden a tus pies.
Sin embargo, en términos marinos, será más bien: «la mar». Los pescadores «se hacen a la mar»; jugándose la vida… «si quieres aprender a rezar, entra en la mar». «La mar», da respeto. Y para disfrutar de «la mar» , tienes que navegar. Y si es a vela, todo un arte y placer. Juegas con el viento.
Con todo, «el mar» parece que nos es más cercano: MARE NOSTRUM, lo llamaban los romanos. Y así seguimos nombrándolos como cosa nuestra, como parcelas propias: Adriático , Tirreno, Egeo, Cantábrico, Caspio, Azov… por hablar de lo cercano. Al alcance de la mano.
«… LA MER, LA MER, toujours RECOMMENCÉE…», poetiza Paul Valéry en «Le cimetiere marin». Había nacido en Séte. Mediterráneo de origen, ha visto un mar manso, tranquilo; que susurra y arrulla la arena ocre y le deja sonrisas blancas de espuma, una y otra vez: «toujours recommencée»
Recomienza, reiterativamente… ¡y siempre! Renacido eternamente: llegar… Y de puntillas, sin ruido, retirarse. Y volver a llegar… Y retornar…Y una y otra vez… Y puedes pasarte horas ante ese vaivén de agua y espuma que se hace y se deshace… nunca es igual; ¡te quedas, te seduce y embauca!
Nada que ver con la furia cantábrica de las mareas vivas de Septiembre. Mejor contemplarlo a distancia, no sea que te arrolle.
La pleamar y bajamar se distancian entonces mucho; las playas o se achican o se agrandan. Y reciben muchos «trofeos» de latitudes lejanas…
Las olas. Otro espectáculo que nos brinda el mar. Se organizan mar adentro, como en orden de batalla. Masas onduladas que avanzan una detrás de otra; y otra y otra… acompasadas, inexorables! Algunas gigantes. Y hay quien «coge la ola» y se abraza a ella. Todo un deporte. Mundaca, lugar con fama internacional para abrazarse a esas olas que se enroscan y estallan en blancura motriz que te arrastra sin piedad. Mejor sortearla, por debajo.
¡Verde mar! dicen. ¡Qué va! El mar es policromado. Cual camaleón. Porque puede ser también azul, cuando refleja un cielo despejado de nubes. O plateado, al claro de luna. También gris, por los nubarrones que acechan galerna. Quizás brillante:cuando hay marejadilla y las crestas rebeldes chocan contra el sol. O tranquilamente riela el sol, y puede entonces, adquirir un dorado tenue. Y blanco: sucede cuando, encabritado, estalla furioso contra las rocas que no le dejan pasar; y consigue, por fin cabalgar el dique: puede hacer estragos urbanitas. En este caso, no te acerques al Paseo Nuevo de San Sebastián. Y rojo sangre, si los arpones de balleneros han tenido que reducir algunos túnidos o cetáceos importantes.
De noche… El mar es negro, muy negro… Sólo se oye el susurro… O el bramar bravío… ¡Depende!
Y cómo no asombrarte y encandilarte de la fauna y flora marina que nos ofrecen los documentales… Allá donde el ojo humano no podría llegar, ahí están las cámaras que nos adentran en la belleza oculta, mistérica, del mar
Qué fuerza tiene el mar. Hemos podido aprovechar la energía eólica y solar. ¿Se dejará domeñar el mar para darnos calor, y fuerza motriz, y energía renovable? ¿Podrá el hombre encarrilarlo como ha logrado embalsar los ríos?
En el EVANGELIO, el pequeño mar de Galilea, el de Tiberiades, juega también un rol importante. Aunque Jesús es un hombre de tierra adentro, de Nazaret, sus íntimos son pescadores, de Cafarnaun. Vienen rendidos de bregar y fanear toda la noche… y ni un pez. Hasta que Jesús les dice dónde tienen que echar la red… Y Pedro, el avezado patrón, queda descolocado.
Y Jesús nos deja su mensaje desde una barca, alejada un poco de la orilla; ¡hay tanta gente…! Y se duerme en popa; ¡y le despiertan a gritos! Y puede con el mar; y quedan, también, descolocados. Y camina sobre las olas, y amaina tempestades…
A orilla del mar, al alba, les está esperando con brasas y pez y pan… Ha sido la noche tan larga… Sólo Juan le reconoce.
Silencio denso que clama asombro; y certeza íntima. Está ahí. Y es el mismo que habían visto clavado a la cruz; y depositado en el sepulcro de Arimatea. Palpan el misterio. Sobrecogidos callan… silencio denso…sólo el rumor cómplice del mar.
Teresa Zugazabeitia fi