Al contemplar esta imagen que me llega por las redes, he recordado algo que cantaban los niños franceses jugando al corro:
«… Si l’on se donnait la main,
… on ferait un grand rond»
«… Si nos diéramos la mano
… haríamos un gran corro»
Y esta otra:
«Sur toutes les plages du monde, les enfants jouent toujours… «
» En todas las playas del mundo, siguen jugando los niños…»
¡OJALÁ se dieran las dos realidades!
Y, ¿quién sabe?
Los niños tienen tantos recursos…
El juego, absolutamente lúdico, para ellos, los introduce, mágicamente , en otro asteroide. La imaginación y los sueños imperan.
Penita que el sagrado juego de los niños se haya comercializado tanto que la imaginación y la creatividad infantil queden bastante cercenadas, al menos atrofiadas, con tanto juego «ready».
Basta una greda para marcar unas rayas y unos números sobre el asfalto, para poder jugar en la calle al truquemé.
Y una cuerda para saltar a la comba, al compás de canciones adecuadas.
La arena húmeda de la playa se transformaba, por la imaginación creativa y el trabajo en equipo, en fortalezas y castillos con sus fosos de agua y hasta puentes levadizos…
¡O un balón entre los pies!
Y el frontón en el País Vasco.
Las eras y el trillo en Castilla…
Y las canicas y las tabas…
O el escondite, y los columpios y las tenderitas…
Qué imaginación y qué poco gasto…
Y cómo ayuda el juego a la socialización, al compañerismo y a la amistad de por vida…
El juego, valor en sí; lúdico, que oxigena la dimensión humana de la persona.
En esa dimensión del ser, es también donde se fraguan las grandes obras de arte que se ubicarán después en la Pintura, la Poesía, la Música, la Escultura… o en la sencilla artesanía, simplemente bella.
Los niños tienen razón…
Si nos diéramos la mano, se nos caerían las armas, sinceramente. Haríamos un corro , muy grande, ¡planetario!, de solidaridad, de fraternidad en el decir de Jesús: ¡PADRE NUESTRO!
No habría lugar para las armas.
Aunque, siendo realistas, y la Historia nos lo recuerda, aquella envidia fratricida de Caín…
¿Qué tal si escuchamos, aun en el fragor de las bombas, o en la lejanía del fragor, «dónde está tu hermano» ?
¿Y nos lo tomamos en serio, y nos hacemos responsables de ese «hermano nuestro», allá donde estemos?
Teresa Zugazabeitia FI