37. La instrucción religiosa debe tener el principal lugar en la educación. Sin embargo, no deben las Maestras descuidarse en dar los conocimientos necesarios a sus estados y a su porvenir, como son: lectura, escritura, aritmética, ‐a lo menos las cuatro reglas‐ y, a las que tengan capacidad, ortografía, etc., sea explicándosela brevemente o por los métodos sencillos.
Dios en el centro de la vida, Dios en el centro de nuestra vida. Este sería el consejo para estos días. Dios en el principal lugar de nuestros días. Y además de esto, todas las demás cosas, porque no hay que descuidar nada de lo que nos haga ser mejores personas. La M. Cándida lo tenía claro y sus días hablan de su fe.
Octubre se marcha, y antes que nos deje, me gustaría recordar un sencillo recuerdo, una sencilla anécdota de aquel octubre de 1892 contada por Carmen Cruz.
¿Sabías que?
Colegio de la calle de Zamora en Salamanca. La vieja escalera de madera unía el claustro de entrada con el superior. Se accedía a ella a través de un estrecho pasillo que separaba la iglesia del claustro. Cuando, años más tarde, se reestructuró el Colegio de “La Inmaculada” como Colegio Mayor “Berrospe”, se amplió la iglesia y desapareció la escalera. Y, con ella, el cuartucho del claustro superior. Situado éste a la izquierda, al final de la escalera, se utilizó en los primeros tiempos del colegio como “cuarto de utensilios” al servicio de las clases. Pasaría luego a llamarse “cuarto de las bolsas” pues en él esperaban ser recogida las bolsas con la ropa de las internas.
Era el 15 de octubre de 1892. El santoral marcaba la festividad de Santa Teresa de Jesús. Ya en el refectorio, mientras se leía en alto la vida de la santa de Ávila, la Madre Cándida había dejado traslucir su empatía con la carmelita. “Se le caían unos lagrimones…”.
La estrella que acabamos de enfocar tiene un fulgor suave y apacible; casi infantil.
Quizá la vemos así porque la historia de la escalera nos retrotrae a nuestra niñez. Cuando subíamos y bajábamos ágilmente, mil veces al día, aquella vieja escalera de madera que culminaba en el “cuarto de las bolsas”. Pasábamos ante él sabedoras de que guardaba un secreto de la M. Fundadora (secreto, ¿qué secreto?). No indagábamos más. Nos bastaba con lo que nuestras profesoras nos contaban de ella: que quería mucho a las niñas y que siempre las ayudaba; ahora, desde el cielo, también.
Todavía vivimos muchas alumnas del antiguo colegio de la Inmaculada que recordamos con nostalgia y cariño aquellos tiempos felices. Agradecemos a Dios el habernos dejado acercar a esta estrella del cielo vital de la Madre Cándida. Que entre las páginas nobles e importantes de la Historia no se pierdan los apuntes de las pequeñas y entrañables anécdotas de la historia.
Así es la vida de las grandes personas, de los grandes santos, repleta de sencillas historias. La sencillez era parte de su vida y así lo trasladó a los consejos: “…por los métodos más sencillos”. Creo que los métodos de los que habla la M. Cándida son aquellos que todos entienden. Son los que no se enredan con trampas ni palabrería, son directos y claros. La fuente de los grandes santos fue siempre el evangelio, en sus palabras encontraron que Dios es su fortaleza (salmo 17), pero sobre todo hallaron la forma de, cada uno desde su carisma, vivir y transmitir lo sentido. Y Jesús, ante las trampas de los fariseos, nos propone dos mandamientos semejantes: Amar a Dios y amar al prójimo. Sencillo y claro, a diferencia de los 613 mandamientos de aquel tiempo.
¿Qué ponemos en el lugar principal de nuestra vida?
…
Seamos de los que ponemos a Dios, cuando las cosas nos van bien y cuando las cosas parece que se tuercen. Seamos de los que no cambiamos el criterio según cambian las circunstancias. Dios cambia el amanecer cada día, pero sigue siempre ahí, eterno, sencillo, grandioso. Hoy recojo la foto de mi compañera Clemen, que tuvo la gracia de ver este amanecer. Gracias compa.