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CONSEJO 24

24. Cada 8 días tendrá una conferencia, con asistencia de la Madre, o si ella no puede por sus ocupaciones, con las Maestras o Ayudantes, las que dirán todo lo que les haya ocurrido a cada una con sus niñas en toda la semana. Les aconsejarán todo lo que más les convenga según Dios a su bien espiritual y al de las niñas, entendiéndose sobre lo que deben de hacer para la semana siguiente.

Diálogo compartido es la expresión que brota al leer este consejo, habla de consejos según Dios, de consejos sacados del evangelio, que es un buen sitio donde acudir. Compartir experiencias para lograr lo mejor para la semana que viene. Sacar un tiempo para reflexionar. Ideas para ir caminando despacio y con reflexión.

Hoy, de la mano de Carmen Cruz, Hija de Jesús, me acerco a un lugar que no conozco personalmente y espero que no tarde mucho en poder acercarme, mirar todos los detalles, sentarme y escuchar, entre esas paredes, un trozo de la vida de la M. Cándida. Intentaré acercaros a Andoain durante los siguientes tres lunes, los dos que quedan de mayo y el primero de junio que está muy cerquita del 31. Y la historia comienza así:

Amanecía la estrella primera del particular firmamento de la Madre Cándida. Todo hacía presagiar un día limpio de primavera. Hacia las seis de la mañana del último día de mayo comenzaron a oírse los primeros vagidos. Era niña.

Estaba la habitación en el piso de arriba. La ventana daba a la huerta y, a su través, se colaban ya las luces mañaneras.

 Hacía tiempo que aquel vetusto caserón, antigua casa-torre de Berrospe, no presenciaba un nacimiento. Pero algo no cuadraba bien. Los actuales moradores del palacio no pertenecían a la nobleza, ni siquiera a una clase social “alta”. Se trataba de modestos trabajadores que compartían vivienda por no tener otra opción. Uno de ellos, sencillo tejedor, casado apenas hacía un año, ocupaba tres habitaciones en el piso alto del viejo edificio.

Volvemos a nuestra historia. De aquellas tres habitaciones del piso de arriba la más abrigada fue designada como dormitorio del matrimonio. Pared por medio de la cocina. De allí llegaba aquel 31 de mayo, casi bailando de contento, la abuela Josefa Antonia. Con un balde grande lleno de agua templada. Había que arreglar a la pequeña. Luego la fajaría bien y con mimo la acercaría al pecho de la madre para que ésta pudiera darle de mamar.

Hasta aquí, el guion preciso, rutinario. Parecía cumplirse a la perfección. Pero pasaba el tiempo, pasaban las horas, y la pequeñína se negaba a alimentarse. Con fuerza cerraba los labios cada vez que lo intentaban. A la joven madre, inexperta, se le llenaba los ojos de lágrimas. Hasta que la abuela Josefa Antonia cortó por lo sano. Con un gesto definitivo acalló las lamentaciones. No había que preocuparse. Ella la sacaría adelante. Sin problemas. A base de papilla de leche de vaca y huevos. Hasta la cocina –ahí, al lado- marchó la abuela Josefa Antonia para preparar la primera toma que la niña admitió sin dificultad. Como admitiría las siguientes.

Una vez solucionado el problema alimenticio se arropó bien a la recién nacida y se inició el cortejo que había de conducirla a la iglesia. Las dos familias, la Cipitria y la Barriola, vascas por los cuatro costados, creyentes y practicantes “desde toda la vida”, querían que a su niña la hicieran cristiana en el mismo día de su nacimiento. Y así fue. En la parroquia de San Martín de Andoain se procedió al bautizo de Juana Josefa Cipirtria y Barriola.

Estuvieron presentes los abuelos paternos: José Ignacio de Cipitria y Josefa Antonia de Aramburo; los maternos: Juan Miguel de Barriola y Josefa de Querejeta; los padrinos; varios testigos (entre ellos, un presbítero). Juntos rezaron aquella tarde del 31 de mayo de 1845 por la nueva vecina de Andoain y recién parroquiana de San Martín.

Seamos de los que encontramos un pequeño tiempo semanal para pensar, para pararnos, para que el ritmo no nos aplaste y nos impida ver con la prudente distancia, la vida desde una perspectiva diferente, desde el reflejo del evangelio. Confieso que escribir estas letras cada semana me ayuda a parar un poco y ver algunas cosas de mi vida de forma distinta. Os animo a encontrar este tiempo, os animo a descubrir o redescubrir, en estos días, a esa niña que en familia fue descubriendo a Dios, hasta que Dios la descubrió a ella.

Seamos de las personas que podemos dar una razón de nuestra esperanza, como decía la carta del apóstol san Pedro. Y, como dice Juan en su evangelio, seamos de los que no nos sentimos huérfanos, sino amados por Dios.