La M. Cándida sabía que era necesario organizar, que era preciso tener organizado el recorrido desde el inicio y así evitar imprecisiones o actuaciones, dependiendo de la persona; por eso aconsejaba esta rutina de examinar, inscribir y asignar. Hoy sabemos mucho de protocolo y, sobre todo de ese protocolo que salva vidas o las siega. Y hoy también sabemos mucho de ese anhelo de rutina, de esa rutina que no valorábamos y ahora se convierte en esencial, de esos detalles que no eran importantes y ahora se convierten en fundamentales. En definitiva, se trata de valorar todo aquello que no nos dábamos cuenta que era tan necesario para que nuestra vida fuese más sencilla y feliz.
Vuelvo a la pequeña rutina desde hace unas semanas y por eso sigo pidiendo que:
“La Purísima Virgen nos cubra con su manto”
Por eso, en este principio de mayo, sigo confiando en la intercesión de María como buena Madre. María nunca defrauda y siempre acompaña nuestros anhelos. Tener a María como intercesora, como esa persona de confianza, es un don y una gracia y, aunque podemos acudir directamente a Dios, es también cierto que el camino de María es genial en algunas ocasiones. Porque hay muchos caminos o muchas formas de acercarse a Dios y todos son de agradecer.
De las lecturas de ayer me resuena de una forma especial el salmo. Una frase potente para repetir en esos momentos donde parece todo perdido, donde parece que la tierra desaparece y no tengo donde agarrarme, donde la soledad se come el terreno de mi vida. Ahí es donde decimos: “El Señor es mi pastor, nada me falta”. Fuerza y confianza, esperanza y fe. Porque cuando el Señor es mi pastor, la vida transcurre por unos caminos iguales a los de siempre, iguales a los de los demás, pero de una manera distinta. Empiezan a sobrar cosas de las que antes eran impensable prescindir. Empiezan a aparecer cosas sencillas que llenan la vida, sobre todo cuando son compartidas o entregadas. La vida empieza a tener más sentido. Empiezas a sonreír de una forma distinta. Y te das cuenta que, como nos cuenta Juan en su evangelio, Él te ha llamado por tu nombre y te dice que es la puerta de esa felicidad que buscas, que está aquí para que tengamos vida y mucha vida.
Y cuando esto ocurre, puede pasar lo que paso en esta historia de Anthony de Mello s.j.:
– ¿De modo que te has convertido a Cristo?
Sí.
– Entonces sabrás mucho sobre Él. Dime: ¿En qué país nació?
No lo sé.
– ¿A qué edad murió?
Tampoco lo sé.
– ¿Sabrás, al menos, cuántos sermones pronunció?
Pues no… no lo sé.
– La verdad es que sabes muy poco para ser un hombre que afirma haberse convertido a Cristo.
Tienes toda la razón. Y yo mismo estoy avergonzado de lo poco que sé acerca de Él. Pero sí sé que sé algo: Hace tres años, yo era un borracho. Estaba cargado de deudas. Mi familia se deshacía en pedazos. MI mujer y mis hijos temían como un nublado mi vuelta a casa cada noche. Pero ahora he dejado la bebida; no tenemos deudas; nuestro hogar es un hogar feliz; mis hijos esperan ansiosamente mi vuelta a casa cada noche. Todo esto es lo que ha hecho Cristo por mí. ¡Y esto es lo que sé de Cristo!
Seamos personas de pascua, de esperanza, de confianza y, ¿por qué no, de rutinas sencillas?
Hoy comparto una alegría. El sábado 2 de mayo nació Samuel, fruto del amor de Samuel y Carmen, nuestro tercer nieto, guapo (que va a decir el abuelo), moreno y con ojos de querer conocer el mundo que inaugura. Agradezco a Miguel sus palabras y me permito repetirlas aquí con todo mi agradecimiento:
Samuel, en medio de la noche
escuchaste la Palabra que te llamaba a la VIDA
y de forma misteriosa el Amor te envolvió
en brazos de quienes te cuidarán
y estarán siempre a tu lado.
Te enseñarán muchas cosas
y cuando en tu corazón escuches esa voz
que te llama por tu nombre,
ellos, los que tanto te quieren
te señalarán el camino,
y a tu manera responderás.
Bienvenido a la vida, Samuel.