Mayo con “flores” a María
2 mayo, 2020
CONSEJO 22
4 mayo, 2020

¡Padre nuestro! ¿Sorprendidos?

Jesús manifiesta su hondón más íntimo cuando uno de los suyos le pide que les enseñe a orar. 

Es tan habitual en Él, esas noches en el monte, Él sólo, esos amaneceres… que les intriga su actitud.

Y Jesús les enseña a orar; a relacionarse con su Dios, desvelando al mismo tiempo cómo es ese Dios cuyo nombre no podían ni siquiera musitar. 

Y sencillamente le fluyen ésos sus sentimientos, vividos en su familia de Nazaret, treinta largos años, junto a José y María. 

«Bajó con ellos y vino a Nazaret y vivía sujeto a ellos. Su madre conservaba todas las cosas en su corazón. Jesús progresaba en sabiduría, en estatura y en gracia ante Dios y ante los hombres» «Como un hombre cualquiera… como uno de tantos…» que dirá Pablo en Filipenses.

«Sujeto». Sin carga semántica de «obligado, a la fuerza…»

Pero sí obediente, entregado, a la misión confiada por el Padre.

Permaneció en aquel bendito hogar casi treinta años.

Y en su vida pública vemos cómo María está presente. Y de soslayo, los coetáneos, admirados, extrañados, se preguntan por el «hijo del carpintero». Da la impresión que José es conocido y todavía quizá, contemporáneo. 

Treinta años de convivencia: misterio de Encarnación, misterio de “kénosis”, misterio de silencio.

Educado por José, hombre justo; y María su madre. 

Hasta que el Espíritu le empuje al desierto.

Y bautizado, entre pecadores, el Padre lo proclame como Hijo amado y nos pida que le escuchemos.

En su familia de Nazaret, Jesús niño, vacilante al andar, tendiendo los bracitos, balbuceaba a José: abbá. 

Más tarde José lo llevaba a la sinagoga;  y a los 12 años al templo, Jerusalén. 

También le ayudaría a garlopar la madera. Aprendió el trabajo de su padre.

Y su madre, María, trajinando en casa seguiría cantando aquel cántico de Ana que le gustaba tanto; y que prorrumpió en casa de Isabel:

¡mi alma canta la grandeza del Señor, y mi espíritu se alegra en Dios, mi Salvador!

No extraña pues, que con este ambiente Jesús le sintiera y llamara a Dios:

¡ABBÁ, PADRE NUESTRO! 

ESTÁS EN LOS CIELOS, porque ha mirado su pequeñez… ha hecho obras grandes en mí… ¡hace proezas con su brazo! 

¡SANTIFICADO SEA TU NOMBRE!

Tantas veces ha oído repetir a su madre… ¡Santo es su Nombre! 

VENGA A NOSOTROS TU REINO, ese reino que dispersa a los soberbios de corazón, derriba del trono a los poderosos y a los ricos despide vacíos; y por otra parte enaltece a los humildes. 

HÁGASE TU VOLUNTAD, EN LA TIERRA, CÓMO EN EL CIELO

Ha mirado la humildad de su esclava. Ella es la ¡sierva del Señor! ¡hágase en mí según tu Palabra! 

Y nos impulsa a «haced lo que Él os diga»

DANOS NUESTRO PAN DE CADA DÍA

 Ella sabe que «a los hambrientos los colma de bienes»

PERDONANOS NUESTRAS OFENSAS

Tantas veces Jesús ha oído cantar a su madre «su misericordia llega a sus fieles de generación en generación» acordándose de su misericordia… 

NO NOS DEJES CAER EN TENTACION, 

¡LÍBRANOS DEL MAL! 

María sigue confiada en su Dios que «auxilia a Israel, su siervo, acordándose de su misericordia, como lo había prometido a nuestros padres, en favor de Abrahán y su descendencia por siempre».

Descansa en la misericordia de su Dios y se enraíza en la fe sus padres que creyeron en la promesa.

Y desciende de generación en generación hasta nosotros.

Con esta madre, tan alegre y feliz en su Dios y con José a quien balbuceara abbá… 

¿sorprendidos de que Jesús LE sintiera ASÍ a su Dios… y LE rezara de esta manera? 

Nuestro AMÉN, también nos lo enseñó MARÍA: ¡Hágase en mí según tu Palabra! 

Mª Teresa Zugazabeitia, FI