Casi sin darnos cuenta, hemos llegado al último Consejo que la M. Cándida escribe para las Maestras Primeras. Y cierra esta etapa un consejo de pura lógica y que tantos quebraderos de cabeza, a veces, ha traído y trae, a quienes lo de la obediencia….
La M. Cándida habla de esa obediencia para con quien tiene más responsabilidad y a la que hay que dar cuenta. La Maestra Primera estaba en ese punto intermedio entre la Superiora y la Maestra, y tenía ese juego de cadera precioso y difícil de llevar, ese juego de los centrocampistas de un equipo de fútbol que ni son atacantes ni tampoco defensores, pero ahí deben estar, escuchando a unos y a otros para realizar un trabajo de conexión. Y hay que ver cómo se nota en el juego del equipo cuando estos centrocampistas no están en su mejor momento. Dicen los entendidos que hay separación de líneas o falta de conexión entre líneas, y así es imposible trenzar jugadas y jugar como un equipo. Ahí están la Maestras Primeras.
San Ignacio supone siempre distintos niveles de autoridad e insiste en la dependencia o subordinación de los que ocupan el nivel más bajo con relación a los que ejercen la autoridad en el inmediatamente superior:
“ Y lo que tengo dicho de la obediencia, tanto se entiende en los particulares para con sus inmediatos Superiores, como en los Rectores y Prepósitos locales para con los Provinciales, y en estos casos con el General, y en este para con quien Dios nuestro Señor le dio por Superior, que es el Vicario suyo en la tierra, porque así, enteramente se guarde la subordinación y consiguientemente la unión y la caridad, sin la cual el gobierno de la Compañía no puede conservarse, como ni de otra alguna congregación” .
(Otros escritos)
Subordinación, unión y caridad. Tres palabras perfectamente acopladas para el buen funcionamiento de cualquier proyecto. El capitán es el capitán y todos no pueden ser capitanes. El brazalete de capitán lo lleva un jugador, siguiendo con el ejemplo del fútbol. Y no quiere decir que sea siempre el que mejor juega, pero es el capitán, es el que defiende y siente los colores que defiende, es el que debe poner paz en momentos de conflicto, es el que tiene que animar cuando la intensidad decae, es el que está autorizado para relacionarse con las personas externas. El capitán es el capitán. Por eso, es el que mejor debe entender eso de la subordinación. Todo esto bien entendido lleva a la unión, a esa unión que hace remontar partidos, a esa unión que hace que las piernas vayan de forma distinta a pesar del cansancio, a esa unión que hace que, al ver al compañero correr y dejarse el alma, tú te sientas capaz de correr y dejarte el alma sin medir tus fuerzas. Y, por último, la caridad. Ese sentir al otro como parte de tu misma categoría, a pesar de haber fallado lo que tú piensas que no hubieses fallado; a pesar de todo, es tu hermano, tu amigo, ese que otras veces lo ha hecho genial y, quizá, no le dijiste nada.
Y es que, esto de la obediencia, es como un “salir de tu tierra” y confiar; es dirigirte “hacia la tierra que te mostrarán” aquellos en quienes has confiado y a los que has decidido hacer caso (porque si no lo has decidido, mejor que te pares y pienses dónde estás). Y así aprendemos a caminar guiados por el libro del Génesis, acompañados por esa misericordia que nos decía el salmo 32 y, como siempre, confiados en escuchar y estar dispuestos a transformarnos después de subir al monte Tabor y sentir, como dice Fermín (Ixcis), el roce de Dios, esos roces de Dios, eso que traspasa nuestras entrañas y que debe impulsarnos a bajar y transfigurar el mundo.