En la cruz, Jesús nos pone ante otro gran misterio: ¿Cómo puede ser que una persona llegue a amarnos hasta tal extremo? Es el misterio del amor extremo. En su sufrimiento solidario, vivido ante el Padre que parece ausente, Jesús se lo juega todo: lo da todo, lo entrega todo a cambio de nada, sin ninguna seguridad. Jesús ama tanto la vida verdadera que, para defenderla, se hace no vida».
Ante tanto gran misterio:
Lo primero que podrías hacer, al pie de la cruz, es maravillarte ante este misterio de amor y desear sentirte transido por Él. Pídelo porque es un don. Carles Marcet, sj.
EL
GRITO DE TODA LA HISTORIA
Dentro de tu grito en la cruz
caben todos nuestros gritos,
desde el primer grito del niño
hasta el último quejido
del moribundo.
Cuando la palabra es pequeña e incapaz
para expresar tanto dolor nuestro,
el cuerpo y el espíritu se unen
en este espasmo descoyuntado.
En tu grito de hombre
comprometido por la nueva justicia,
denuncias a los vientos
de todas las épocas
los sufrimientos encerrados
en las salas de tortura clandestina
y los llantos ahogados en la intimidad
de corazones justos sin salida,
todos los atropellos
contra minorías impotentes
y la explotación de hombres amordazados
por leyes, máquinas, amos y fusiles.
En tu grito oímos la protesta de Dios
contra todas las violaciones
de sus hijos.
En ti grita el Espíritu crucificado
por los tribunales, sinagogas
e imperios por los siglos
que quieren enmudecer
el futuro libre y justo.
Dentro de tu grito lanzado al cielo
encomiendan su vida
en las manos del Padre
todos los que se sienten abandonados
en un misterio incomprensible.
Desde el desconcierto lanzado
como queja de los que experimentaron
tu amor alguna vez,
pero se sienten abandonados ahora,
y sólo en la lucha contigo
esperan su salida,
desde todas las noches del espíritu,
llega hasta tus manos de Padre,
nuestro grito.
En ese grito tuyo último,
dolor de hombre y dolor de Dios,
inclinamos agotados la cabeza
y te entregamos el espíritu
cuando llegamos a nuestros límites,
donde se extinguen los esfuerzos
y los días
y donde empezamos
a resucitar contigo.
Benjamín González Buelta SJ