Hay ciertos momentos en los que uno se da cuenta de que el rumbo no es el adecuado. Me pasa últimamente con las vivencias que tengo deprisa. Yo, que siempre pensé que exprimir el tiempo era un don, me doy cuenta, sin darme cuenta, de que si no sucede lentamente no me vale. La respuesta la tiene la espera. Las cosas que merecen la pena en la vida vienen precedidas de una espera: un reencuentro, un hijo, un aprobado, un noviazgo, un buen libro. Esperar significa darle cancha a la lentitud. A que las cosas sucedan lentamente.
Las redes sociales nos proporcionan la posibilidad de la velocidad, la inmediatez; que casi nunca es necesaria, y, en algunos casos, es ridícula y disparatada. En los últimos meses he tenido que despedirme prematuramente de varias personas a las que estaba vinculado en vida. Con las que compartía amistad. Con las que había escrito muchas páginas de mi vida. Ancianas, adultas y jóvenes.
Es habitual leer en redes sociales mensajes de recuerdo, de amor compartido con la persona que se marchó. Pero la dichosa prisa hace que una persona pueda estar compartiendo un mensaje de despedida eterna hacia alguien, y a continuación un momento de máxima alegría. Estoy triste, pero no soy un triste. Y mira, te lo quiero demostrar. Como si no tuviéramos derecho a estar tristes.
El duelo se reduce a la mínima. Vaya alguien a pensar que no soy una persona alegre. ¿Y lo que dejamos de sentir cuando la prisa nos condiciona? Ir tan a prisa no nos deja saber quiénes somos. Y si no sabemos quiénes somos, no sabemos qué sentimos. Y lo que es peor, no sabemos por qué sentimos. Entonces todo se convierte en postureo. Todo es mentira. Hablando de sentimientos, es mejor cuanto más lento. Solo así lo acogemos, más espacio ocupa en nuestro ser, en nuestra alma, en nuestra memoria. Por el contrario, sentir algo rápido, es condenarlo al olvido.
Yo quiero vivir mis duelos, me hacen falta. Y los quiero vivir con espera. Y esa espera me exige silencio. Es imposible la contemplación interna de uno mismo, de sus sentimientos, en medio de ruido. Yo necesito silencio para vivir la transformación y el cambio que me producen mis duelos. Yo tengo derecho a estar triste. Y quiero ejercerlo.
Alan Antich Durán
Profesor de Jesuitinas de Málaga (Gamarra)