Este consejo de la M. Cándida es como si hoy dijéramos que colegio y familia vamos en el mismo barco, que remamos en la misma dirección cuando de educar se trata. Lo bueno es que añade las herramientas para ese camino por el mar y despeja el horizonte de tanto esfuerzo compartido.
Hacer el bien es el objetivo de hablar con los padres. Hacer el bien es el objetivo cuando se habla, si no es así, mejor estar con la boca cerrada. Por eso la M. Cándida que sabía de escuchar, sabía que ese debe ser el objetivo entre las personas encargadas de la educación de un alumno, entre todos, hacer el bien, que es simplemente hacer todo lo mejor que se sepa de cada una de las partes implicadas. Y, por experiencia, sabemos que cuando se va así, las cosas funcionan mejor que cuando se va como si la única verdad solo la tuviera una parte. Si cuando hablamos ya vamos con la predisposición de tener la certeza que mi verdad es la verdad, poco vamos a escuchar, porque hemos cerrado la puerta al diálogo. Sabemos que muchas veces la verdad no es mi verdad. Y es ahí donde la humildad debe hacer presencia y reconducir todo, o la distancia se hará cada vez mayor. Acabo de leer esta última frase y veo que algo me queda por hacer.
Ahora vienen las formas de afrontar este reto de hablar. La M. Cándida aporta tres buenas herramientas englobadas en un buen recipiente. La vasija es la oración, es pedirle a Jesús que nos ayude, que nos acompañe. Y las herramientas son la dulzura, la prudencia y la discreción. Y nos dice que todo esto genera franqueza y confianza. Genial el consejo.
Sin vasija se nos puede escapar todo entre los dedos. Pero con una vasija reforzada una y otra vez, las herramientas llegan a transformar lo difícil en sencillo, lo imposible en posible. La oración tiene algo directo, algo que transforma realidades, algo que sacia dudas y reconforta, algo que aporta seguridad y luz. La oración tiene algo. Por eso hoy se quieren inventar nuevas formas de algo que ya está en el ser de la persona creyente, algo que Jesús nos dejó como un tesoro.
Y en esa vasija encontramos la dulzura, esa bondad en el lenguaje, ese sentir que el que está enfrente me importa, porque es mi hermano y paso por encima de sentimientos naturales de empatía, es mi hermano. Es algo superior, es cuidar la forma de tratar, de entender. Y no tiene nada que ver con quien tiene la razón. Cuando la dulzura y la firmeza se unen, es cuando el mensaje se entiende mejor.
También hay otra herramienta básica, la prudencia. Se trata de pensar y discernir lo que está bien o mal, pero sobre todo de actuar en consecuencia de lo discernido. Y vuelvo a dejar a un lado quien tiene la razón. Hay que ponerse muchas veces en el lugar del otro, escucharle y después, con mucha prudencia, aportar lo que creemos para su bien. La razón llegará sola, se impondrá en el diálogo.
Y, por último, la M. Cándida nos ofrece la herramienta de la discreción que va muy relacionada con la prudencia. Cuánto sabemos y cuánto nos gustaría gritar. Ser discreto es cada vez más cotizado. Se trata de tener o pedir en la oración ese tacto para saber lo que tenemos que hacer o decir.
En estos consejos, la M. Cándida, como ya hemos mencionado, “experimenta una misteriosa sintonía con aspectos fundamentales en las directrices pedagógicas de Magdalena Sofía Barat y los hace suyos. Siente reflejados en este pensamiento muchos rasgos de la inspiración educativa, que Dios ha colocado en el fondo de su ser y que ella se reconoce impotente para comunicar a sus Hijas en una elaboración propia y original” (Otros escritos).
Todo coincide. Las lecturas de ayer nos aportan claridad en la actitud vital de la M. Cándida: Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad (salmo 39) que junto con Juan nos ayudan a entender muchas cosas: “Y yo lo he visto, y he dado testimonio de que este es el Hijo de Dios”.
Seamos testigos de lo que hemos visto. Cuidemos la vasija y pongamos en marcha las herramientas que la M. Cándida nos ofrece.