Teresa Zugazabeitia F.I.
Releo las publicaciones sobre la VIDA RELIGIOSA que se hicieron a raíz del concilio Vaticano II, animando e impulsando su renovación: volver al evangelio, a los orígenes, a las fuentes carismáticas.
Y entre tantas situaciones que teníamos que revisar y hacer catarsis por las erosiones o bien los sedimentos que se nos habían incrustado en el devenir histórico, una me llama la atención: la situación de privilegio que se nos achacaba; y no sin razón. Pletóricos de vocaciones jóvenes, grandes edificios para nuestras obras. Con influencia social respetable.
Los renglones torcidos de Dios, a través de su Espíritu, nos fueron poniendo en nuestro sitio y, con Habacuc, hoy constatamos: que la higuera no echa brotes, que no se recoge en las viñas, que el olivo no da aceitunas, que no hay ganado en los apriscos…
Desde el Banco de Alimentos he hecho una visita a un monasterio de Clarisas de Portugalete.
De raigambre histórica: ya se habla del sitio del monasterio en «1483 cuando la Reina Isabel la Católica visita Portugalete»… la historia del pueblo está ensamblada en la vida monacal, participa de sus avatares: guerras y revoluciones que las deshacen como comunidad, las exilian varias veces… vuelven a refundarse; sólo la fábrica del monasterio queda en pie, testigo de lo que fue.
Hoy la comunidad esta compuesta por seis monjas y su viejo monasterio ha pasado a ser Casa de Cultura.
Confinadas en la novena planta de un inmueble social de vecindad, la terraza hace de huerta monacal, donde siguen cultivando sus lechugas y flores. También desde la terraza, las religiosas siguen oteando la humanidad necesitada de salvación.
Compartimos el ascensor con una vecina que se queda en el 6.º con su carro de compra. Llegamos al descansillo del 8.º; una voz nos habla desde el torno y nos deja la llave para que entremos.
Una reja de moderno diseño, pero reja, nos separa de las sonrisas de Sor Celina.
Mientras mi compañero de suministro alimentario y Sor Celina hablan de sus carencias y posibilidades, yo estoy oyendo la radio del vecino de abajo. No puedo dejar de pensar en la vida monacal de aquel monasterio que fue del siglo XV; sus muros de grosor medieval, sus campanas, su silencio, su huerta recoleta que recogía sus rezos y salmodias… las generaciones que atravesaron la historia hasta llegar al siglo XXI.
¿Cómo se sienten estas pobres “monjitas” en esta jungla de asfalto, suspendidas en lo alto del inmueble? Desplazadas por el lucro inmobiliario y arrinconadas después. Totalmente desvalidas.
Miro por la ventana y veo el puente colgante de Portugalete; suspendido entre el cieloy la tierra. Paradigmático: une la margen izquierda, fabril, obrera, clase trabajadora… con la margen derecha, la burguesía vasca: sus palacetes: símbolo de su empuje, poder empresarial y bienestar.
Las márgenes, dos mundos diferentes, las separa la ría; las une el puente colgante.
Es muy fácil saltar del símbolo a la realidad: la quietud de la vida contemplativa, aunque entre cachavas y sillas de ruedas, suspendidas entre el cielo y la tierra, además de ser un referente-testigo, estas monjitas siguen clamando desde el corazón de la iglesia de Jesús, por la entera humanidad: Padre nuestro que estás en los cielos,
¡santificado sea tu nombre ¡
¡venga a nosotros tu Reino !
A la vida consagrada, actualmente, no son los privilegios los que los acechan. Quizá la constatación de nuestra penuria pudiera agrietar y resquebrajar nuestra débil esperanza. Ojalá nos sintiéramos y fuéramos el pequeño “resto de Israel”. Ojala fuéramos de los anawin.
Pedimos al Espíritu de Jesús resucitado seguir cantando con Habacuc:
«Más yo en Yahveh exultaré, jubilaré en el Dios de mi salvación! Yahwéh mi Señor, es mi fuerza, él me da pies como los de ciervas, y por las alturas me hace caminar.»
Mientras sentimos los anhelos de Jesús: llamó a los que quiso,
Y su palabra eficaz: “sabed que yo estoy con vosotros todos los días hasta el final…” Mt. 28,20
2 febrero. Día de la VIDA CONSAGRADA