Voy a ser políticamente incorrecta. Rebelde incluso.
¡Que no!
Que no me dejo arrastrar por esa rendija de ideología de género que se escurre, repta, en el llamado «lenguaje inclusivo».
Esa retahíla de: miembros~miembras, portavoces~portavozas, jóvenes ~jóvenas….
¡Ni en reiteraciones innecesarias que retardan y aletargan la comunicación fluída!
¡Que estoy incluida ya en el masculino gramatical genérico!
¿O es que vamos a inventar un género gramatical hermafrodita?
No hace falta haber frecuentado la universidad de Salamanca; haber hecho lingüística con Lázaro Carreter para distinguir el sexo del seso. Es lo que nos falta: substancia gris. Y memoria, de la normal, para recordar lo que aprendíamos en la escuela: los accidentes gramaticales del sustantivo.
Género: masculino, femenino, neutro… Y para los aventajados: común, epiceno y ambiguo.
Número: singular y plural. Y «ambos», residuo quizá del dual griego.
Otras lenguas muy cercanas, Vascuence e Inglés carecen de género, gramatical, entiéndase.
Existen por otro lado lenguas que contemplan hasta doce géneros. Lo dejamos para expertos.
Riqueza y evolución diversa de la facultad humana para comunicarse.
Nuestro Español, al igual que las lenguas romances, fluyen del Latín. Y remontándonos al indoeuropeo ya se contempla esta situación lingüística de géneros.
Pero la ideología impregna toda dimensión; no queda al margen la manera de expresarse.
Hasta la RAE ha tenido que poner los puntos sobre la íes ante la pretensión de revisar nuestra Constitución española para acomodarla al «lenguaje inclusivo».
Otro percance lingüístico acaece cuando alguien con poder político también, quiere definir las familias «monomarentales». Porque la denominación «monoparental» estaría viciada de machismo. Un artículo de Ana I. Sánchez el martes pasado en ABC, pone una vez más, las cosas en su sitio, en un alarde de competencia lingüística:
«Monoparental tiene su origen en pariente, palabra que, a su vez, proviene del latín parens que se refiere tanto a padre como a madre. El que quiera defender que el latín ya era machista que sepa que parens está relacionado etimológicamente con la palabra parere que significa parir o engendrar, verbos que en general recuerdan más a la mujer que al hombre. Por lo tanto, monoparental no tiene connotación machista sino todo lo contrario».
Para concluir. ¡No hay que buscar tres pies al gato!
Hay urgencias perentorias que reivindicar y lograr que sitúen a la mujer en toda realidad social. Tiene que estar y actuar por derecho propio como persona que es.
AQUÍ, todavía, cotas que alcanzar. Aunque se hayan conseguido hitos importantes. Pero sin necesidad de cuotas políticas que pretenden tutelarla como minorenne. Ella lo vale por lo que genuinamente es; y por su competencia profesional, y por su buen hacer, y por su gestión eficaz…¡Ya lo ha demostrado!
Y… allá: esas culturas muy próximas, donde la mujer apenas tiene relieve social. Donde no es incluida y valorada más que en su anatomía de hembra, objeto o cosa. Ahí tendríamos que incidir y cambiar el rumbo de la Historia. Todo un reto que merece la pena intentarlo y dejarnos la piel.
No es cuestión de modas y artificios de palabras. No distraernos en esas zarandajas de poco recorrido que revelan más bien anemia cultural.
Es mucho más serio. Es considerar a la persona en sí misma; biológicamente distinta:
«hombre y mujer los creó… a imagen de Dios los creó».
Ahí radica la dignidad de toda persona: mujer, hombre, anciano o feto.
Y nos empeñamos en domeñar, avasallar, la natura humana a nuestro albur.
El pájaro tiene dos alas: iguales y diversas. Necesita las dos para volar. Y cada una en su sitio.
Teresa Zugazabeitia F.I.