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PERLA ESCONDIDA EN LA CARTA Nº 473

Carta nº 473     Agosto 1912

“Le saludo con el mayor respeto y cariño, como una hija a su padre, y le doy mil millones de gracias por las testimoniales o recomendaciones que se dignó enviarme, Dios se lo pague”         

            Y llegó el mes de agosto de 1912. Es la última carta de la M. Cándida que aparece fechada. La imagino entre el 1 y el 4 de agosto o como mucho, temprano aquella mañana del 5 de agosto, antes de subir al Colegio. Va dirigida al obispo de Vitoria. En ella se derrama puro agradecimiento y un gran cariño y respeto.

            Y llegó el mes de noviembre, mes para cerrar aquella aventura que se inició en noviembre del 2008. Tras 11 años de perlas semanales llegó el momento de afrontar la cuatro últimas, llegó el momento de agradecer tanto que no encuentro palabras para expresarlo. Espero ir poco a poco encontrando la forma de dar las gracias.

            Al escribir la perla me pregunté qué era eso de las testimoniales. Tenía curiosidad, pues desconocía ese término. Y encontré la respuesta en las observaciones que hay en la propia carta: se trata de la carta laudatoria, que el obispo de Vitoria enviaba para ser remitida a la Sagrada Congregación de Obispos y Regulares, apoyando la solicitud de aprobación definitiva de las Constituciones del Instituto, aprobadas en 1.902 por tres años y por vía de prueba, carácter experimental que se prorrogó hasta 1.912. Han pasado muchos años y aquellas testimoniales han dado fruto en tantas personas que hemos recibido ese carisma especial de la M. Cándida.

Doy gracias por las curiosas y sabias palabras de las lecturas de ayer, hablan de cómo es Dios. Entresaco algunas de sus frases y las comparto para leer y releer cuando me vuelva a cuestionar cómo es Dios.

Te compadeces de todos, porque todo lo puedes
y pasas por alto los pecados de los hombres para que se arrepientan.

Amas a todos los seres

Señor, amigo de la vida.

Es clemente y misericordioso

Sostiene a los que van a caer,
endereza a los que ya se doblan

Ayer un buen amigo me comentó que había escuchado una frase de las que sirven para encontrar el sentido de algunas cosas, sobre todo de las que no te esperas y que te hacen sufrir. Me comentaba que escuchó:

“Si no quieres sufrir, no debes amar, pero si no amas, para qué quieres vivir”

Hoy es un buen día para dar gracias por la amistad que se convierte en familia, por la libertad dentro de la amistad y por compartir a ese Dios Padre que de todos cuida.

Seamos personas que agradecen lo que Dios regala. Seamos personas que quieren amar, aunque ese amar conlleve sufrir.