Carta nº 472 Julio 1912
“Confiemos mucho en la divina Providencia, que siempre vela por los suyos y no permitirá que tengáis esa pérdida; pero, al mismo tiempo, estar resignados con la voluntad del Señor”
Esta es una de esas perlas llenas de esperanza y realismo. En primer lugar, descubro la confianza plena en Dios que tenía la M. Cándida. Anima a confiar mucho en Dios, con el nombre muchas veces usado de Divina Providencia. Añade algo importante que siempre acompañó su vida: sentirse en las manos de Dios, su Padre bueno, que siempre vela por los suyos (añadiría “por todos”, pero sólo porque pienso que Dios no excluye a nadie, porque Dios cuida y vela por todos). Y cierra esta primera parte con una tranquilidad derivada de las dos anteriores: Dios no permitirá que nos pase nada malo, en este caso que haya una pérdida. Y si la hubiera, tenemos la certeza de que nunca se esconde, de que siempre estará a nuestro lado.
En segundo lugar, habla de realismo, de los pies en el suelo, de reconocer todas las posibilidades de esta petición. Y si llegase la pérdida ¿qué pasa? ¿qué hacemos? ¿qué se desmorona? Pues, calma, hay que aceptar que esa pérdida está dentro del transcurrir de la vida y dentro del misterio de la voluntad de Dios, que no significa que Dios quiera que se produzca esa pérdida, sino que cuando se produce, Él está a nuestro lado, siempre. (película La cabaña)
Bendita coincidencia con las fechas que vamos a celebrar en esta semana. Recordamos que debemos orar por y con todos los santos y acordarnos de nuestros difuntos y homenajearles con una oración humilde. Las flores son el apellido, pero lo que no debe faltar es el nombre: la oración. Oremos de forma sencilla confiados en la palabra de Dios escrita en el libro del Eclesiastés que escuchamos en la primera lectura de ayer:
“La oración del humilde atraviesa las nubes, y no se detiene hasta que alcanza su destino.”
Eso es lo importante, nuestra oración, nuestro recuerdo. Esa oración que pasa las nubes y llega a su destino que no es otro que Dios. Porque Dios acoge todas nuestras oraciones, como buen Padre. Las acoge y las tramita. Y lo sabemos, y lo volvimos a escuchar en la segunda lectura de Pablo a Timoteo, donde le dice que:
“El Señor estuvo a mi lado”
Y cuando el Señor te acompaña, no hay miedo que te pueda.
Seamos personas de oración humilde como la del publicano. No puedo evitar, cada vez que escucho esta parábola de Lucas, recordar al enorme José Luis Cortés. Recuerdo como contaba este trozo del evangelio. Y recuerdo los dibujos que hizo. Los he buscado y los he encontrado. Vaya alegría. Páginas 99,100, 101 y 102 del libro “Un Señor como Dios manda” Genial, fresco, actual, … Y cada vez descubro algo nuevo. Hace unos días, en el grupo de oración de los lunes, descubríamos una gran diferencia entre los dos personajes. Uno hablaba del otro, y el otro hablaba con Dios.
Seamos personas de humilde oración y confiemos en la divina Providencia que siempre vela por nosotros.