Esta carta, o por lo menos el principio de esta carta tiene algo especial. No sólo porque desde nuestra perspectiva encontramos que en este mes (en el que la escribió) se inician los últimos doce meses de la vida de la Madre Cándida, sino porque su contenido habla de vida y confianza, habla de cruz y sacrificio, habla de Dios como ese Padre bondadoso que vela por todos.
Hoy es Nochebuena, esta noche celebramos el nacimiento de Jesús a las afueras de Belén, en un pesebre, en ese refugio de pastores. Pero lo que de verdad celebramos es un tiempo nuevo de gracia y luz. Y eso es lo que importa, porque eso es lo que puede dar luz a nuestra vida, pues para seguir igual que antes, ¿merece la pena celebrar la Navidad? Esta noche es esa noche donde damos respuesta a la pregunta que llevamos tratando todo el Adviento: ¿qué le llevaré al portal? Y la respuesta debe ser desde dentro, debe ser de cada uno, pues cada uno sabe lo que le puede llevar. Los magos le llevaron oro, incienso y mirra, los pastores le llevarían algo para comer y abrigarse, en definitiva, le llevaron lo que tenían, pero allí estaban. Eso es mucho más importante que lo que le llevaron. Fueron a su encuentro, a conocerle. Respondieron al aviso de los ángeles, escucharon y se pusieron en camino. ¿Y yo? Dice la Madre Cándida que “… siempre hay algo que ofrecer a Dios”. Por ahí creo que voy a encontrar la respuesta.
Ayer también se habló de encuentro, de ese encuentro entre María y su prima Isabel. Y allí surgió la expresión: “Bendita tú entre las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre”.
Pues entre encuentro y ofrecer, ¿por qué no ofrecer ese encuentro, ese nuevo encuentro? Por eso creo que lo mejor que le puedo llevar a ese portal es mi propia vida al servicio del que pueda necesitar algo de mí. Y aunque pueda parecer, al principio, un poco tópico y ambiguo, creo que es lo que puedo llevar. Ahora sé que ese encuentro en el portal me lleva al compromiso de testimoniar lo vivido (como les ocurrió a los pastores). Le llevo una forma más desinteresada de servir, sin programar, sin preparar. No sé cómo será, como los pastores cuando volvieron después de saludar, conocer y encontrar a Jesús, no lo sé, pero confío en que Dios me lo pondrá delante y me indicará por dónde.
Es una buena noche para disfrutar de la familia, para agradecer ese don. Es esa noche donde damos gracias (propongo separarnos un segundo de la mesa y mirarlos como si fuésemos a hacer una foto, y dar gracias), a la vez que no nos olvidamos de aquellos que esta noche están solos y pensamos qué podemos hacer para el año que viene, qué podemos pensar para que esta noche nadie esté solo. ¿Quizá esa cena en la parroquia donde el que esté sólo, se pueda acercar y compartir mantel? Es hora de hacer algo.
Que la luz de esta noche nos guíe y no nos deslumbre.
Antonio Grau
Murcia