No sé dónde estará la meta, mi meta, pero lo que sí sé, es que esta semana acabo una etapa de mi vida. Me siento como ese corredor ciclista que llega al final de una etapa de la carrera, cansado, habiendo hecho todo lo que podía, pero que aún le quedan fuerzas para afrontar la siguiente etapa, aún le quedan ganas de empezar una nueva etapa que le pueda abrir nuevos horizontes. Y me siento arropado por tanta gente que me da vergüenza decirlo. Tengo miles de razones para sentirme agradecido y para, después de un tiempo breve, escuchar a Dios y ver lo que quiere de mi en este nuevo trozo de mi vida.
He intentado ser un buen maestro y durante el tiempo que he ido aprendiendo, he tenido la suerte de tener a mi lado buenas personas que me han ayudado a ser lo que soy. Ahora, como dice la Madre Cándida, es la hora de saber si he sido fiel en las cosas pequeñas y si tengo la fuerza de no desmayarme en las pruebas grandes. Lo intentaré.
Esta reflexión personal me lleva a plantear lo importante de lo pequeño, del día a día, de esas pequeñas cosas que nos preparan para las grandes. “No hay cosa pequeña ni detalle sin importancia” decía M. Antonia Bandrés. Creo que ella sabía mucho de los pequeños detalles, de hacer las cosas bien siempre, sin importar si eran grandes o pequeñas. ¡Cuántas cosas se estropean por los pequeños detalles y cuántas cosas se agradecen por esos pequeños detalles que, a veces, ni te das cuenta!. Pero la clave está dentro de cada uno de nosotros. No somos perfectos, pero estamos llamados a ser lo mejor que podamos y ahí es donde los detalles, la fidelidad a nuestra misión es clave para sentirnos bien.
El detalle de los buenos días acompañado de una sonrisa sencilla, el detalle del perdón auténtico, que nace de dentro y que de verdad lo sientes como algo que podías haber hecho mejor, el detalle de la solidaridad, ese que te hace abrir el corazón a necesidades, el detalle de tantas cosas que cada día tenemos la oportunidad de hacer. Pues hagámoslo, seamos valientes para llenar nuestro día de buenas cosas pequeñas y así estaremos preparados para cuando algo más grande pueda venir.
Busco la fuerza, una vez más, para poder hacer todo lo anterior y me aparece el salmo 53 de la eucaristía de ayer: “El Señor sostiene mi vida” y me digo que, si el Señor sostiene nuestra vida, nada nos puede preocupar. Y es cuando vuelvo a levantar la cabeza, respiro y sigo caminando como los de Emaús. Es cuando, si la confianza en Dios apoya nuestros pasos, nada podemos temer. Y así, poco a poco, voy entendiendo las palabras de la Madre Cándida: Ser fiel, cosas pequeñas, pruebas grandes.
Nuevos servicios aparecerán, pero lo que no puedo olvidar es que desde la sencillez y la humildad que aprendí, es desde donde únicamente podré ser útil a quien me necesite. Y mientras tanto: “Ikiru”.
Antonio Grau
Murcia