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PERLA ESCONDIDA EN LA CARTA Nº 381

Carta nº 381     enero 1910

“Sobre todo, pongámonos en los brazos de la divina Providencia”

Pongámonos en brazos de Dios como Dios se puso en brazos de San José. Y así encendemos la segunda vela del Adviento añadiendo la figura de San José como esa persona que apoyó todo lo que ocurrió con el Niño en Belén y nos apoya a nosotros en cualquier momento de nuestra vida. Además, añadimos un apoyo más a San José: el que hizo a la primera comunidad de Jesuitinas cobijando a ese grupo de jóvenes bajo su protección en la calle Gibraltar, en esa preciosa ciudad de Salamanca. Aún podemos ver esa figura en la fachada de la que fue la primera casa de la primera comunidad de las Hijas de Jesús.

Volvemos a Belén, a nuestro nacimiento donde vemos al ángel y San José, el que anuncia y el que apoya. Imagino a San José cuidando de todo para que María estuviera lo más cómoda posible dentro de aquel pesebre. Utilizaría todo lo que tuviera a su alrededor, todo lo que tenía, y cuidaría de todo para que el niño naciera bien. Los nervios serían muchos, pero el que cuida deja los nervios aparte y se centra en lo que tiene que hacer. Y ocurre que, algunas veces, se puede llegar a preguntar uno: ¿cómo he sido capaz de hacer esto?

¿Cuándo anunciamos nosotros? ¿Qué anunciamos? ¿Cuándo somos anuncio?

¿Cuándo apoyamos nosotros? ¿Qué apoyamos? ¿Cuándo somos apoyo?

La Madre Cándida anunciaba a Dios y en sus brazos se ponía. Pongamos en los brazos de Dios todo lo nuevo que nace y confiemos en su providencia. Como hizo José en aquellos momentos en Belén, confió en Dios, se arremangó los brazos y se puso a trabajar lo mejor que supo. Al escuchar el evangelio de ayer, donde Marcos iniciaba su relato, descubro el parecido entre Juan y José, los dos preparan el camino al Señor, los dos anuncian con claridad que alguien más importante que ellos viene de camino.

Seamos personas que anuncian y que no se nos encoja la garganta cuando tenemos que hablar de Dios, pero, sobre todo, seamos personas que anuncian con la vida, casi sin palabras porque la palabra convence, pero el ejemplo arrastra.

Imagino que estar en los brazos de Dios va más allá de lo que dice la propia frase. Ponerse en los brazos de Dios es confiar, es creer que podemos hacer todo aquello que nos propongamos, es saberse querido y saberse protegido. El cansancio físico se supera en los brazos de Dios, pero el cansancio interior es el que se alivia y se convierte en fuente de nuevos proyectos. Pongamos todo en los brazos de Dios, seamos anunciadores de su reino como San José, pero sobre todo seamos personas que apoyan a los que nos necesitan. Seamos milagro de cada día para los que se cruzan en nuestro camino.

Antonio Grau

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