Carta nº 476 Sin fecha
“Lo que deseamos es que no te olvides nunca de lo que aquí aprendiste” …Sé muy humilde, hija mía… Este siempre será tu colegio; y, cuando necesites algo, puedes mandarnos con la misma confianza, pues somos las mismas para todo lo que se te ofrezca”
Y llegó el día de la última perla. Han sido muchos lunes desde aquel 20 de noviembre de 2008. Muchos motivos para agradecer cada uno de los pasos del camino recorrido. Y, como no podía ser de otra forma, me uno al deseo de la M. Cándida, me uno ese “no te olvides nunca de lo que aquí aprendiste” dirigido a una ex alumna del colegio. Me alegro de no haber olvidado lo que aprendí cuando empecé a trabajar en un colegio de Jesuitinas y sobre todo agradezco con orgullo las buenas maestras que tuve, ellas me enseñaron que “este siempre será tu colegio” y cuando he necesitado algo, siempre lo he encontrado.
Vivir con humildad, ser humilde es un buen consejo que la M. Cándida dio y nos da hoy. Ser humilde es una de las características fundamentales de cualquier santo. No recuerdo ninguna biografía donde no aparezca esta virtud. Y ¿no estamos llamados a ser santos?, pues una forma buena sería empezar siendo personas sencillas y humildes. Añado a esta virtud la disponibilidad de la que también habla la M. Cándida: “cuando necesites algo, aquí estamos, somos las mismas”, Que bueno es saber que vas a encontrar las puertas abiertas de tu colegio cuando necesites volver, sin cuestionarios, sin reproches, sólo con las manos abiertas. Y si estamos en la posición de ser los que reciben, no olvidemos abrir las manos y el corazón para recibir a quien pueda necesitar de nosotros.
La foto elegida para esta última perla no podía ser otra que la Inmaculada, la Purísima Virgen que durante estos años ha ido acompañando y cubriéndonos con su manto. Esa imagen que habla de aquella persona que cuidó y protegió a Jesús y que sigue protegiendo y cuidando, también hoy, de todos nosotros.
Parece que en esta última carta se escondía un mensaje de familia amplia, de apertura a nuevos aires, de misión compartida. Es una carta dirigida a una laica que compartió el carisma de la M. Cándida, es una carta abierta a la apertura y que mantiene su identidad. A veces esa identidad se expresa a través de un edificio, de un color de uniforme, de un logo; pero esa parte externa debe ser reflejo de la savia que va por dentro. Y eso es lo importante, como ocurre en un árbol, sin esa savia, el árbol se seca.
Dios ha querido hacer coincidir esta última perla con el 90 cumpleaños de mi padre. Y esto es un motivo más de agradecimiento y a la vez un reconocimiento a una persona con actitud envidiable y positiva ante la vida y de la que sigo aprendiendo.
Y al final, gracias. Gracias a todos los que han formado parte de este camino.
“Si yo ofendiera a la gente, dame valor para disculparme, y si la gente me ofende, dame valor para perdonar. ¡Señor… si yo me olvido de ti, nunca te olvides de mí!” (Mahatma Gandhi) Y con Pablo a los Colosenses, en la segunda lectura de ayer: demos gracias a Dios Padre.
He aprendido muchísimo durante el trayecto, pero me quedo con una idea central, reiterativa desde la carta nº 1 hasta la 476 y esa idea es: poner la confianza en Dios Padre ante las dificultades, ante las inseguridades, ante la vida de cada momento. Hay que creérselo de verdad y hay que vivir creyendo en ello, porque cuando esto ocurre, la vida cambia a mejor.
Hace unos días, una buena amiga me dijo que “miraba el futuro de esta gran familia con esperanza en la misión que compartimos como portadores del carisma de la M. Cándida”, añadía “que es importante remar en la misma barca para poder llegar a buen puerto con las redes repletas”, pero sobre todo comparto cada una de las letras del final de sus palabras:
“doy gracias a Dios por la vida que me da y por la oportunidad de ponerla a su servicio”. Hoy doy gracias a Dios por haberte conocido, querida Pilar Martínez.
Como creo que las despedidas y las homilías no deben ser largas, es el momento de decir adiós o hasta luego. Dios dirá. Y Dios siempre dice.