Desde hace unos días me acompaña un constante olor a castañas. La llegada del frío a mi ciudad que, de costa, parece resistirse al ciclo de las estaciones, ha traído frutos de otoño tardíos.
¡Y por fin la castañera vuelve a su rincón de siempre!
La veo cada tarde cerca de casa, preparándose para una nueva tarea. Enciende el fuego y se sienta tranquila a esperar que el carbón esté listo. Después acerca sus manos a las ascuas, y, tras comprobar la temperatura exacta, lentamente va echando castañas y moviéndolas despacio. Con movimientos aprendidos.
Hace unos días me detuve cerca de ella a contemplarla. Es una señora mayor, de manos curtidas en el trabajo, silenciosa, con una leve sonrisa y gran habilidad para hacer cucuruchos de cartón.
Mientras espera la llegada del primer comprador, voy notando como a su alrededor se crea un clima especial. Quién pasa cerca, aunque no compre un cucurucho, camina despacio y respira. Y sí. Su gesto cambia. Y es que el clima que provoca la castañera evoca recuerdos. Y también emociones. Y yo, desde mi rincón, veo pasar a la gente y veo pasar sus recuerdos. Postergan lo importante y se detienen a respirar. Relajan el semblante y se detienen a respirar. Escuchan el silencio y se detienen a respirar.
¡Cuánto bien hace la castañera desde su trabajo constante, silencioso y tranquilo! ¡Cuántas castañeras necesitamos en nuestras vidas! De manos curtidas. Silenciosas. De leves sonrisas y gran habilidad para evocar nuestros recuerdos, despertar nuestras emociones y detenernos a respirar. A respirar vida, con olor a castañas.
Raquel Criado Allés
@raquelraquela
Stella Maris