¡JAIRE MARÍA!
¡JAIRE, ALÉGRATE MARÍA!
Así la había saludado Gabriel, ante el gran anuncio de la ENCARNACION del VERBO DE DIOS.
HIJA SE SIÓN,
¡EXULTA SIN MESURA!
LANZA GRITOS DE JÚBILO,
¡HIJA DE JERUSALÉN!
HE AQUÍ QUE VIENE A TI TU REY:
¡JUSTO ÉL Y VICTORIOSO…!
Así saludamos a María, nosotros, iglesia de Jesús, con la antigua profecía de Zacarías, ante el encuentro con su hijo, ¡RESUCITADO!
No nos cuenta el evangelio este encuentro. Pero el evangelista Juan, dos veces nos dice también, que todo no está escrito en el evangelio.
Cf Jn. 20,30 y 21,25.
Ignacio de Loyola, realista donde los haya, en la cuarta semana de sus EJERCICIOS, [299] no duda en proponer esta contemplación: el encuentro de María con su Hijo Resucitado.
«… Apareció a la Virgen María, lo qual, aunque no se diga en la Escriptura, se tiene por dicho, en decir que aparesció a tantos otros; porque la Escriptura supone que tenemos entendimiento, como está escripto: ‘¿también vosotros estáys sin entendimiento?»
Ignacio apela al sentido común y a la inteligencia. EE 299.
Los exégetas interpretan que los relatos evangélicos en que Jesús se deja ver son para confirmar la fe de sus discípulos, a punto de desfallecer: Magdalena quiere retener un cadáver, las mujeres van a embalsamar a un difunto. Los discípulos, escondidos, por miedo a los judíos… Cleofás y el otro que escapan a Emaús defraudados por completo… Tomás, terco en su increencia, exige pruebas palmarias….
No es el caso de María.
Ella no necesita ser confirmada.
Cree; y está esperando, en esperanza.
De vuelta del sepulcro, empieza a considerar todo lo que guarda y conserva en su corazón, y que no ha entendido del todo… hasta ahora.
El ESPÍRITU vuelve a cubrirla con su sombra… Y María, ante el misterio de la muerte en cruz de su Hijo, vuelve a hacerse aquella pregunta que hizo a Gabriel: «¿CÓMO HA DE SER ESTO?»
Lo ha visto colgado en la cruz.
Lo ha visto morir.
Depositado en aquel sepulcro nuevo…
Esa segunda noche María, permanece también en vela… ¿CÓMO HA DE SER ESTO?
Es el primer día de la semana. Después de haber guardado el shabat, las mujeres, presurosas, todavía de noche, van al sepulcro con sus ungüentos y mixturas de mirra y áloe.
María no las acompaña al sepulcro. No le preocupan ni los lienzos ni los ungüentos.
Se queda a solas con esas vivencias que guarda y conserva en su corazón.
Y sigue preguntándose: ¿CÓMO HA DE SER ESTO?
Su fe esperanzada es ya certeza… Pero… ¿CÓMO…?
La noche se rasga en luz radiante.
¡Es su hijo que la abraza como antes! .
Su espíritu se estremece y exulta en gozo teologal. ¡Es Él!
Su sonrisa, su aliento, sus llagas… ¡las conserva!
Pero no son heridas.
Son testigos de un antes, «entregado» y un después, eterno y feliz
Testigos de un amor y fidelidad a su Padre…
Y de ese Padre que ama tanto al mundo que ha entregado a su Hijo… que apuesta por su Hijo y que ahora lo consagra RESUCITADO para que nosotros tengamos VIDA, vida en abundancia, eterna: en Él.
¡JESÚS EL TESTIGO FIEL!
María, la primera en ver y estrechar a Jesús, su Hijo.
Anticipo, garantía y arras de esa nueva VIDA que llegará cuando, definitivamente, la veamos feliz, «ASSUMPTA EST MARÍA IN CAELUM».
Teresa Zugazabeitia FI